sábado, 8 de octubre de 2016

DANYA, LA MUJER DEL MUTAWA

Danya es una mujer mexicana que ha vivido en Estados Unidos y actualmente reside en Arabia Saudí. Empieza a contarme cómo ha llegado hasta Oriente Medio hablando de una amiga, Laura, porque “ella sí que tiene una vida como para escribir un libro”.


LAURA. HISTORIA DE UNA CHICA DE  ACAPULCO. 
   
        Laura nació en Acapulco, en el estado de Guerrero. Es una de las ciudades más turísticas de México y quizás una de las más conocidas popularmente en todo el mundo. La fama le viene de los años cincuenta porque, en aquella época, la visitaban con frecuencia las estrellas de Hollywood. Una de las atracciones típicas de la ciudad son los saltos de los clavadistas: jóvenes que se lanzan al mar desde un despeñadero llamado La Quebrada. Se tiran a las olas desde 45 metros de altura y caen en una poza que tiene unos 4 metros de profundidad. La clave está en saber cuál es el instante exacto para tirarse y pillar la ola en su momento más alto. Tienen que calcular el tiempo que dura su caída y el tiempo que tarda en llegar la ola. Aseguran que, si el error de cálculo supera los dos segundos, el desenlace puede ser trágico. ¡El espectáculo está servido! Claro que el recuerdo de Elvis Presley haciendo un clavado en la película "El Ídolo de Acapulco", le quita mucho hierro al asunto. Pero no nos engañemos, ese gran cantante y pésimo actor, ni pisó México para hacer la película. Todo era fotomontaje.
       Laura pasó su infancia, allí, en la ciudad de los clavadistas. Laura era una niña y su padre le repetía con frecuencia:” no eres hija mía, no eres hija mía”. Laura tenía una excusa perfecta para evitar que aquellas palabras le hicieran más daño del necesario, y es que el padre bebía, casi siempre, demasiado. Su madre le pedía que lo ignorase, “está loco, hija, ni caso”, le decía.   
     Laura se traslada a Tijuana, en Baja California, donde comenzó a estudiar arquitectura en el Instituto Tecnológico. Se pagaba los estudios trabajando de modelo para una cadena de televisión y en una inmobiliaria donde vendía terrenos y viviendas. Un día, alguien llama a su puerta. Esa persona lleva la foto de un señor en la mano y le pregunta si sabe quién es. Laura lo reconoce, es uno de sus mejores clientes en la inmobiliaria, le había comprado varios terrenos. Le informan de que este hombre está enfermo y quiere que Laura lo vaya a visitar. Laura, algo extrañada y expectante, atiende la solicitud y va al hospital donde está ingresado. Y el señor, que era español, le dice: 
  -Eres mi nieta. Te vi en televisión y vi la cara de mi hijo. He investigado y definitivamente eres mi nieta. 
   El hijo de este hombre, que murió de sobredosis, había estado en Acapulco, dejó embarazada a una joven que también tenía problemas con las drogas y pocos medios para cuidar a un bebé. La joven dio a luz a Laura y se la entregó a una prima que la cuidó como a su propia hija. Así supo Laura quien era en realidad. 
   Hasta hoy, Laura no se ha atrevido a decirle a su madre que sabe, que realmente, es su tía. Y que, no obstante, la quiere como a una madre. Tampoco le ha dicho que conoció a su verdadero abuelo y que cuidaba de ella, que le mandaba dinero para sus estudios, que le regaló un Mercedes, etc.

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     Laura se enamora de un chico de Canadá que estaba estudiando para ser piloto. Según Danya, “era muy buen muchacho, la respetaba mucho”. Y a punto de graduarse, en una exhibición aérea, el avión que pilotaba el chico se estrella. Los padres de él venden el piso que había comprado en Canadá para vivir junto a Laura y le dan la mitad del dinero de la venta. Laura se compra un apartamento en la ciudad donde vive, en Tijuana, y parece tener lo necesario para rehacer su vida pero, la depresión por la muerte de su novio era fuerte y se intenta suicidar tomándose unas pastillas. La chica de la limpieza la encuentra en el suelo de la cocina del piso, llama a una ambulancia y Laura sobrevive. El médico que la atiende en el hospital, que “tenía un alto puesto en la sanidad de Tijuana y era muy reconocido”, según Danya, se enamora de Laura que, por gratitud, se casa con él. Tienen dos hijos, un niño y una niña.
     Mientras tanto Laura terminó sus estudios de arquitectura.Y los complementó con un doctorado en el que le pidieron que hiciera un documental sobre la arquitectura en Oriente Medio. Investigó sobre la cultura árabe y por lo tanto, sobre el Islam. Y le gustó tanto lo que averiguó que, cuando terminó el documental, Laura era musulmana, se convirtió, cambió su religión. Dice Danya que Laura le contaba que la primera vez que entró a una mezquita (a la que llegó por sus obligaciones como estudiante) escuchó al imán y se emocionó, de tal manera, que se echó a llorar. En el Islam encontró consuelo, respuestas a sus necesidades espirituales, una guía para aclarar sus ideas y sentimientos. Y fue precisamente su compromiso con el Islam lo que le hizo replantearse la relación con su marido. Sentía que, de alguna forma, le engañaba, porque no le quería lo suficiente. Su marido le había devuelto las ganas de vivir pero no sentía por él lo mismo que por su primer amor, aquel chico por el que quiso quitarse la vida. Así que, lo dejó. Más tarde se volvió a casar, esta vez, con un musulmán de origen turco que la maltrata en todos los sentidos, según Danya. 
   “Cuando yo la conocí ya era musulmana. Estaba a punto de divorciarse de su segundo marido. Después me trasladé a Jeddah y no supe más de Laura”.

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 Realmente no se por qué Danya me cuenta esta historia si, porque realmente piensa que es interesante o,  por el hecho de que Laura se convirtiera al Islam, como ella hizo mas tarde. Sea lo que sea, Danya vivía en la misma ciudad que Laura, en Tijuana. Esta es la ciudad más poblada de Baja California y está pegada, prácticamente, a la ciudad estadounidense de San Diego. Una peculiaridad de Tijuana es que su población crece muy rápidamente: inmigrantes del sur de México, e incluso de Centroamérica, pasan por allí para llegar a Estados Unidos y muchos se quedan ante la imposibilidad de cruzar la frontera. Esto ha hecho que, Tijuana y  otras ciudades como Rosarito y Tecate, formen un mismo núcleo de población.
      Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, de México (INEGI) en 2010, el 80 por ciento de la población de Tijuana decía ser cristianos católicos. El resto, forma un abanico de innumerables creencias: protestantes, evangelistas, judíos, musulmanes, mormones, testigos de Jehová…….. Y si hay algo en lo que las congregaciones se parecen es que todas intentan conseguir adeptos. Y muchas lo hacen puerta por puerta; “a mi papá le gustaba escuchar hablar de Dios. Si alguien llamaba a nuestra puerta con ese fin, la abría, y los invitaba a un café, fuesen de la religión que fuesen”, dice Danya. Por lo tanto, todas las religiones eran bienvenidas en la casa de Danya, estaban abiertos a escuchar cualquier doctrina religiosa. Muchos oradores, predicadores o propagandistas pararon por su casa sin despertar la curiosidad de Danya. “Y cuando llegó el Islam, dije: una doctrina más, no me dio por chequearla”. Hasta que, pasó algo que cambiaría su interés por el Islam y de paso, su vida. Algo que comenzó como empiezan los sueños, siendo una idea agradable, luego un ¿por qué no?, un ¡ojalá!, un deseo que puede llegar a cumplirse como le pasó a Danya, aunque al principio pareciera más cerca de la ciencia ficción que de la realidad.

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        El germen del futuro cambio que experimentaría la vida de Danya llegó con la telenovela  El Clon. Éste es el título en español del remake que hizo Telemundo de la obra original, O Clon, que es brasileña. La produjo y la retransmitió Tele Globo en los años 2001 y 2002.  Ha sido exportada a más de noventa países. Y es considerada como una de las mejores telenovelas de la historia, no solo de Brasil. Su éxito se basa en muchos aspectos. A parte de los temas clásicos como el amor y desamor, celos, drogas e intrigas de todo tipo, El Clon habla de la clonación humana, un asunto que antes nunca se había visto en una telenovela. Y todo ello en medio de dos culturas tan diferentes como la marroquí y la brasileña. La estética árabe, la vestimenta de las mujeres, los kaftán, los velos, las danzas, todo ello es un atractivo añadido para la audiencia latinoamericana. Y hay más: a muchos les atropó las enseñanzas de El Corán que, sobre todo, se ponen en boca de un personaje que se llama Sidi Alí, un musulmán recto y honrado que parece tener siempre la mejor respuesta a los problemas.  
      Tanto en la versión brasileña como en la hispana, los personajes mantienen en su vocabulario muchas palabras árabes que, algunos de los seguidores de la “novela”,  han introducido en su vocabulario diario: salam aleikum, la paz esté con vosotros, habibi, cariño,  mushkila, problema, yalah, vamos, rápido.
        Danya fue una de las miles de personas que se engancharon a ese producto televisivo. Y cuenta que, efectivamente, lo primero que le llamó la atención fueron los velos y los vestidos de las chicas árabes. Después, las enseñanzas de Alí sobre el Islam,  y por supuesto, se preguntaba: ¿por qué dirán esas palabras en árabe? ¿Es que no tendrán traducción? Toda esa fascinación que sentía por el mundo que veía a través de la tele no se quedó en un simple entretenimiento. Danya comenzó a buscar en su "laptop" el significado de esas palabras árabes, y una palabra la llevó a otra y un día se encontró buscando una mezquita para saber más sobre el Islam, El Corán, y la cultura árabe en general. 

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    Danya fue a la primera mezquita de la que supo. Dos horas tardó en llegar hasta allí: “yo no manejaba en San Diego, me movía siempre en transporte público”. Hizo ese largo viaje porque estaba motivada, porque, lo que había logrado averiguar sobre el Islam a través de internet, le gustaba, porque le cautivaba la idea que se había hecho sobre el mundo musulmán después de ver El Clon, y quizás, aunque ella no lo dice, también le movía una necesidad espiritual, ese deseo de respuestas que une al ser humano sea de donde sea, ese afán por encontrar un mundo mejor y más comprensible. Danya debía sentir ese anhelo fuertemenete porque si no, es incomprensible que alguien acuda al Islam en una sociedad occidental marcada por los acontecimientos del 11-S que se habían producido hacía pocos meses. “El once de septiembre del 2001 yo estaba en Tijuana y pasé a Estados Unidos a cobrar mis utilidades porque había trabajado anteriormente en Sony. En la radio escuché lo que pasaba y oí de nuevo hablar del Islam”.  Esos sucesos no hicieron más que aumentar su curiosidad por algo, aún desconocido, asegura.  
       Dice Danya que en su primera visita a la mezquita encontró a varias personas y que todas ellas parecían originarias de La India. Una mujer se le acercó y preguntó qué quería. Danya respondió que el motivo de su presencia en ese lugar era su interes por el Islam. La invitaron a sentarse y charlaron un rato. Quedaron para el día siguiente. Al otro día, esa misma mujer fue a buscar a Danya al trabajo y la llevó hasta otra mezquita más grande, a Al Munara. Allí le presentaron a un predicador con el que habló principalmente de Dios, de Jesús y de Mahoma. Así recuerda Danya la conversación: 
-Predicador. Me han dicho que estás interesada en el Islam. ¿Sabes quién es Dios? 
-Danya. ¿El creador del cielo y la tierra, del universo?
-Predicador. Eso es. Dios no ha sido creado ni engendrado. Háblame de Isa. (Así es como El Corán llama a Jesús de Nazaret).
-Danya. ¿El hijo de Dios?
-Predicador. No. Isa es un mensajero, un profeta. Dios mandó al ángel Gabriel (Jibrail en árabe) a anunciar a María (Maryam en árabe) que de ella nacería un hijo santo, un gran profeta que extendería la palabra de Dios. María pregunta al ángel cómo puede haber concebido un hijo sin haber establecido contacto con ningún hombre. La respuesta fue que Dios crea aquello que Él desea. El nacimiento de Jesús de una madre virgen fue un acto milagroso como lo fue la creación de Adán, y de su costilla,  la creación de Eva, o la concepción del hijo de Zacarías cuando su mujer Isabel ya no estaba en edad de procrear. Todo es voluntad divina: Dios dice “sé y es”. Entonces, ¿quién tiene el derecho a llamarse hijo de Dios? ¿Adán, Jesús, el hijo de Zacarías?
 -Danya. Creo que nadie. 
-Predicador. Eso es, nadie. ¿Qué sabes de Mahoma?
-Danya. Que es un mensajero, nada más. 
-Predicador. Está bien. Ya sabrás más sobre El Profeta. 
      Así terminó la primera lección que Danya recibió sobre El Corán. Fue una conversación afable e interesante. Lo que sucedió después fue algo más…..trascendental.

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 La conversación con el predicador sirvió para que Danya se convenciera de algunos principios del Islam: solo hay un Dios, Jesús es un profeta pero, no el hijo de Dios,  y Mahoma es el último mensajero. ¿Crees en estas premisas?, le preguntó el religioso. Y Danya asintió. Entonces, le pidió que repitiera estas palabras:  

                                                                                                                                                                                      


 Esto significa:  “Juro que no hay más Dios que Aláh y que Mahoma es su profeta”.
      Y dicho ésto añadió el predicador: “ya eres musulmana”. Danya se sobrecogió, quedó sorprendida. No lo esperaba. Era demasiado pronto y no se sentía preparada. Sus intenciones eran saber más, tener más información y después decidir. Creía que sería poquito a poco pero sucedió de repente, sin tiempo para pensar ni replantearse si realmente estaba haciendo lo que quería. Dice Danya que cuando ella pronunció esas palabras, “juro que no hay más Dios que Aláh y que Mahoma es su profeta”, sintió un enorme peso en su espalda, como si un bloque de hielo le hubiese caído de golpe sobre los hombros.   
                  Lo que si se produjo poquito a poco fue su transformación personal y física. “Nunca me presionaron para que cambiara mi ropa. Ni siquiera la primera vez que entré a la mezquita sentí que me mirasen mal, y eso que no iba de forma correcta para las normas del Islam, sobre todo por mi falda que era muy entallada. Creo que ese trato fue definitivo. Si me encuentro con gente que, desde el principio, me dicen que me tape, que me ponga el Hiyab, que use vestidos largos y amplios, es muy probable que no me hubiese convertido”. Pero todo fue muy despacio, según Danya, sin imposiciones, simplemente, con el paso del tiempo, le iban sugiriendo que usara Hiyab también en la calle ( al principio solo lo usaba en la mezquita), que sustituyera los pantalones por faldas, las faldas por vestidos largos, las blusas por chaquetas amplias y largas que cubrieran el pompis, etc.  
               “Mi padre estaba encantado con mi cambio de look”. Dice Danya que era un hombre muy estricto y, a veces, no aprobaba su forma de vestir. “Yo era de las que salía de casa vestida como mojigata y me ponía la falda más corta en casa de una amiga para evitar problemas con él”. Su madre sin embargo, pensaba de forma distinta. En su opinión nunca encontraría marido porque con esa nueva ropa de musulmana no se dejaba ver. Y de la misma forma pensaba su hermana que, si bien no hacía juicios sobre las nuevas ideas de Danya, si rechazaba esa estética cerrada y poco favorecedora para la mujer. Aunque en este punto hay que aclarar que no se trata de falta de coquetería ni de ganas de estar guapa. La diferencia está en que, las mujeres de cultura occidental, se arreglan y destacan lo mejor de ellas puertas afuera, y las mujeres musulmanas lo hacen puertas adentro. 
               Su transformación personal, el cambio a una religión que te obliga a seguir unas normas y unos preceptos, también fue lento. Danya iba todas las semanas a la mezquita a estudiar las enseñanzas de El Corán y a aprender a orar. Y a lo largo de esta instrucción también supo de reglas del catolicismo (su anterior credo) que hasta ahora ignoraba. “Yo desconocía que mantener relaciones antes del matrimonio era pecado en el catolicismo. Cuando lo supe le pregunté a mi madre y ella me dijo: hija, yo sabía que estaba mal pero, ¿pecado? Mi madre tampoco sabía que era pecado”.  En los países católicos, la mayoría no recibe una instrucción religiosa tan asidua y rígida como en los musulmanes, pero es normal que la cultura y la religión se confundan, se mezclen con frecuencia: las normas sociales pasan a ser reglas religiosas y viceversa. Por eso Danya asegura que ella sabía que tener relaciones antes del matrimonio estaba socialmente mal visto y que quien lo hace se expone a las críticas y habladurías del vecino. Pero ¿pecado?

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  Durante unos ocho meses Danya, iba a la mezquita una vez por semana para aprender a rezar. Deseaba ir con más frecuencia pero estaba lejos y se le hacía pesado. "Tardaba casi dos horas en ir y otras dos horas en volver a casa”. Ese largo trayecto era para Danya, sin duda, una molestia, una carga. Salía de trabajar a las cinco y media de la tarde, y el día que tenía cita en la mezquita, llegaba a casa bien entrada la noche, y agotada. Cuatro horas sentada en un autobús después de una jornada de trabajo, fatiga a cualquiera. Así que, con este problema en la cabeza andaba un día por el supermercado cuando vio a una chica con el pelo tapado, se acercó a ella y le dijo: “ Hola, disculpa. Soy musulmana. Voy a una mezquita que está a dos horas de aquí ¿sabes si hay otra más cerca?”.  Y la chica le informó de que, efectivamente, había otra a tan solo unos minutos. ( En una primera búsqueda por Google, en San Diego aparecen 12 mezquitas.  Hay que fijarse en que la ciudad tiene 1 millón y casi 400 mil habitantes. De de ellos, los musulmanes están en un grupo que suma el 5 por ciento de la población donde están incluidos, además de los seguidores del Islam, los del Budismo, Judaísmo e Hinduismo. Es decir, que puede que los musulmanes no lleguen al uno por ciento de la población).
              Danya fue a visitar esa nueva mezquita y se convirtió en su lugar de rezo habitual. Por la cercanía, claro, pero también porque encontró una pareja de origen afgano que en poco tiempo llegaron a ser unos buenos amigos.
              Danya empezaba a utilizar el hiyab a todas horas y esto, que sin duda es el signo más visible de que una mujer es musulmana, le acarreó algunos problemas, entre otros, la dificultad para encontrar trabajo. Hay que recordar que los sucesos del once de septiembre estaban aún recientes. Se avecinaban problemas económicos.
             Por otra parte ella compartía piso con un chico cuya condición sexual también pasó a ser un un inconveniente: ”era gay y eso no es aceptable para los musulmanes. Para mi solo era una persona con la que compartía los gastos de la casa, pero la tuve que dejar”. Ante la imposibilidad económica de Danya para vivir sola, la pareja de Afganistán, le ayudó a buscar otro alojamiento. Todo para que se alejara de su compañero de piso, para distanciarla de esos hábitos sexuales deplorables para el Islam.
     La homosexualidad, castigada con la pena de muerte en Arabia Saudí, es un asunto tabú entre los musulmanes en general. Incluso en una conversación distendida, entre amigos, entre personas de un nivel económico e intelectual medio-alto, personas conocedoras de otras culturas, y de costumbres y pensamientos más libres, incluso en esas condiciones, hablar de homosexualidad es incómodo y el rechazo parece unánime. Es cierto que en Occidente también hay sectores que la rechazan. En cualquier caso, ¿cómo es posible que conductas como, por ejemplo la pederastia, no sean capaces de levantar las iras que despierta la homosexualidad en algunas personas? 
      Algunos miembros de la familia de Danya también fueron incapaces de aceptar a la nueva Danya, a la Danya musulmana. Frente al  padre, que nunca se opuso a las nuevas creencias de su hija, estaba el cuñado, el marido de su hermana, con el que tuvo algún enfrentamiento. Según Danya, el cuñado le decía: “si vienes así, a mi casa no entras", refiriéndose al pañuelo de su cabeza y a El Corán que llevaba en la mano. Danya recuerda, aparentemente sin rencor, que el cuñado también le solía repetir  que los musulmanes eran unos "cochinos". Y ella que sabía que la discusión sería vana, se limitaba a informarle de la practica de la ablución que hacen cinco veces al día, una por cada rezo.
        A pesar de todos los inconvenientes, ¿dónde no los hay?, Danya estaba cada vez mas convencida de que había elegido el camino correcto. Se sentía cómoda, segura. Saber que haces lo correcto da fuerzas, proporciona la energía necesaria para superar cualquier obstáculo. Por lo tanto, Danya, que vivía ese momento con la actitud de la seguridad, dio el siguiente paso para su desarrollo como musulmana: buscar marido.

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“Tenía que buscar marido para completar mi dÎn”, dice Danya.  La palabra árabe “dîn” encierra un concepto amplio que, simplificándolo mucho, podríamos traducir como vía, senda, camino; Islâm significa sumisión y Dîn sería el modo y la trayectoria que hay que seguir hacía Allah, hacia Dios. Es decir, que para ser un buen musulmán hay que seguir el din, y en esa ruta está el matrimonio. 
         El primer candidato a marido que tuvo Danya le puso como condición para contraer matrimonio que no usara hiyab. Puede que algunos estén de acuerdo con esto, pero negarle algo así a una musulmana, es como prohibirle a un torero que no use montera, no tiene sentido. Lo cierto es que no tiene sentido negar nada a nadie, como si quiere andar con un bigote rosa. Si en tu primera cita te dicen que, si la relación sigue adelante, tendrás que dejarte las uñas largas y pintarlas de rojo, si te dicen algo así, evidentemente la relación no seguirá adelante por muy desajustada que ande tu cabeza.    
      El segundo pretendiente lejos de pecar de estupidez pecó de insensatez: pidió a Danya que dejara a su hijo, un niño que cuidaba ella sola, con la única ayuda de su familia, para ser más concretos, con la ayuda de su madre. A la hora de contar este momento, Danya deja escapar la vena dramática de las telenovelas mejicanas y dice: “¡como mejicana, antes que mujer soy madre!”. Y con esta frase lo explica todo: su hijo es lo primero y por nada del mundo prescindiría de él. Parece un gesto natural pero aun así es una actitud digna de alabar. A veces, hacer lo correcto se presenta difícil y es necesario un poquito de sentido común y fuerza de carácter para mantener las prioridades, para evitar que caigan por el camino. Danya lo tenía claro.  
      Después de unas cuantas experiencias infructuosas, Danya sabe de un amigo del marido de una amiga que también estaba buscando esposa. Lo llama un martes y quedan para el jueves. Danya habla de este encuentro con una sonrisa más pronunciada de lo habitual. Cuenta que le explicó que quería un marido para cumplir así con la ley divina, la Sharia, y para que le ayudase a criar a su hijo en el Islam. Por su parte, él le comunicó que su intención era encontrar una mujer que le acompañara en la vida, que fuera su apoyo. Y le adelantó que cada año dedicaba un mes a predicar. Esto significaba que durante algunos días estaría fuera de casa, en pueblos pequeños, en comunidades fuera de la ciudad, a las que acudía para revelarles las enseñanzas de El Corán. Se trata de lugares donde el Islam se transmite de padres a hijos por falta de escuelas, de infraestructuras en general. “Eso va a ser siempre así. No quiero que con el paso del tiempo pongas inconvenientes”. Dice Danya que le pareció bien, y le contestó: “eso es una cosa entre Dios y tú, no pondré objeción”.  Aclarado este punto, pasaron al siguiente. Él quiso saber si cuando terminara sus estudios, ella estaría dispuesta a irse a vivir a su país, a Arabia Saudí. Danya respondió que en Méjico cuando una mujer se casa pertenece a su marido y va donde él vaya. Y él, añadió: “en el Islam una mujer no pertenece a su marido. Y si tu marido te pide algo que va contra la Sharia no tienes por qué hacerlo”. A Danya le gustaba lo que escuchaba. Dice que era muy comprensivo, un religioso muy bueno. Y añade que ahora es…..diferente.

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Danya salió de aquel encuentro contenta. Tenía la sensación de que, por fin, había encontrado a la persona adecuada para contraer matrimonio, para firmar con él un compromiso, en principio, de por vida. Las experiencias por las que había pasado le habían dejado un regusto a incomprensión, a desorden, y ahora parecía que la estabilidad estaba al alcance de su mano. Recuerda el noviazgo que mantuvo con un chico de madre mejicana y padre pakistaní: “nos íbamos a casar pero su padre lo impidió porque a toda costa quería que contrajera matrimonio con una mujer pakistaní. Yo no lo entendía porque él se casó con una mejicana. ¿Por qué le impedía al hijo casarse conmigo? Ahora ya podía olvidar todo eso, a este chico, al que le pedía que llevara el pelo descubierto, al otro que pretendía que dejara a su hijo, a todos. 
    Las cosas parecían ir sobre ruedas cuando recibe una llamada que le echa por tierra todas sus ilusiones: “no es buena idea que nos casemos”, le dice él a través del teléfono. “De acuerdo”, contesta Danya, “aquí estaré si cambias de opinión. ¡Ándale!”.
    Unos días después era el cumpleaños de Danya, motivo más que perfecto para irse a Tijuana a “tijuanear”. Así dice ella y explica que esto consiste en ir a bailar y a divertirse. Se quitó el pañuelo, destapó su pelo y fue a distraerse y a celebrar su aniversario con sus amigas. El lunes volvió a San Diego y por la tarde recibe otra llamada. De nuevo él dándole otro giro a la vida de Danya, el tercero en poco más de una semana: “lo he pensado mejor y quiero casarme contigo. ¿Tu aceptas? Danya contestó: “si”. Y entonces se le empezaron a amontonar los sentimientos: se sentía contenta, excitada, inquieta y con cierta pesadumbre por lo que había estado haciendo en Tijuana tan solo unas horas antes, divertirse. Dice Danya que ese fin de semana había experimentado la sensación de que se estaba alejando del Islam. Pero ahora, después de haber dicho si a ese matrimonio tenía que alejar sus remordimientos y centrarse de nuevo en el camino que había elegido tiempo atrás. Lo que había pasado fueron obstáculos, dudas, incertidumbres que al final había sorteado con éxito. 
    Para rematar el momento, horas después de haber dicho sí al matrimonio, su antiguo novio, con el que se iba a casar un año atrás, y con el que llevaba tres meses sin hablar, también decide llamarla y le pide volver. Pero ya era demasiado tarde. “No. Estoy comprometida. Me caso con un hombre saudí. Lo nuestro no funcionaría. Si tuvimos problemas en el pasado los volveremos a tener en el futuro”. Fue la respuesta de Danya. 
   Diez días después de haber tenido la primera cita, Danya se estaba casando.

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Dos encuentros y dos o tres llamadas telefónicas, eso fue todo el contacto que la pareja tuvo antes de casarse. Cuando Danya aceptó la boda, él le propuso celebrar la ceremonia al siguiente viernes. “Pensé que nos conoceríamos un poco más, que al menos tardaríamos unos tres meses en formalizar la relación. Pero cuando me dijo que el próximo viernes me quedé sorprendida”. Danya le propuso dejar a su hijo con la abuela con la intención de estar más tranquilos durante la ceremonia. Él le contestó que de ninguna manera. Que el niño debía estar con ellos, que tenía que asistir a la boda porque era lo correcto pero también porque así sería la tercera persona, la que impide la presencia de Shaitán, el demonio, que aparece, entre otras ocasiones,  cuando un hombre y una mujer están juntos. En la teología islámica, se considera que ese personaje “susurra en los corazones de hombres y mujeres, exhortándoles  a cometer pecado”. 
   Se casaron en la casa del prometido por el rito de El Islam. Todo fue tan rápido que no hubo tiempo de pensar en formas, ni en detalles. Se celebró la boda “y me besó en la frente. No me miró el cabello”. Después,  ahora si, llevaron al niño a casa de la hermana de Danya y ellos se fueron a un hotel para “conocerse un poco mejor”. 
   Había un asunto pendiente: él quería que Danya y su hijo se trasladasen inmediatamente a la casa. Danya tenía que arreglar su marcha con sus caseros. Para acelerar la mudanza, su ya marido, le adelantó el dinero que Danya necesitaba para cerrar sus cuentas y en pocos días se cambió de casa. 
  Así empezó Danya un periodo de su vida que continúa hasta ahora, diez años después. 
     Cuando el marido de Danya terminó sus estudios de ingeniería electrónica se trasladaron a Egipto donde permanecieron hasta que Danya y su hijo tuvieron los papeles en regla, la documentación que les permitirían vivir legalmente en Arabia. En esa decisión intervino su suegro, “un hombre muy recto”, según Danya. “Él dijo a mi marido que si me iba a traer lo tenía que hacer bien”. En Egipto recibieron la visita de los suegros, querían conocer a la persona con la que se había casado su hijo. Danya no podía dejar de pensar que para los saudíes las mujeres americanas son “demasiado liberales”. Le pesaba esa idea. El primer contacto físico que hubo entre ellos fue el beso que su marido le dio en la frente al terminar la ceremonia en la que contrajeron matrimonio. Antes de la boda no hubo tiempo ni de un mínimo noviazgo, menos para que despertara deseo entre ellos. Sin ocasión no hay pecado. Pero eso lo sabía la pareja, los suegros ¿qué pensarían? Ellos, seguro que se pondrían en lo peor. Pero, ¿qué podría hacer? Danya comprendía que sus suegros pudiesen tener esas ideas, que creyesen que en San Diego habrían llevado una vida, cuanto menos, activa sexualmente porque “es frecuente que allí los saudíes consideren que cómo las chicas no son musulmanas ellos no incumplen las normas del Islam. Es más, los más escrupulosos con su religión se casan para tener sexo y luego se divorcian”. Ni de lejos había sido su caso.

DANYA_11. ÚLTIMA PARTE.

Cuando tuvieron su visado viajaron hasta Jeddah, a una casa junto a la de sus suegros. Dice que al principio fue duro porque las suegras saudíes intentan poner sus normas en las casas de sus hijos. Con el tiempo ella supo ponerse en su sitio y todo fue bien. No obstante, fue lo más difícil porque la adaptación a otra ciudad, por muy diferente que sea a la tuya, solo depende de uno mismo. Y Danya ya vivía siguiendo las normas del Islam desde San Diego. Pero las relaciones personales, si estás obligado, si no tienes la opción de salir corriendo, son una causa de desgaste estés en Méjico, Arabia o en la Conchinchina (que para quien tenga curiosidad es una rica zona arrocera al sur de Vietnam). 
     La pareja no tuvo hijos hasta después de tres años. Danya estaba instalada en su nueva casa, una casa grande, bonita, bien situada. Tenía todo lo que podría desear y por supuesto, el amor de su marido. Pero no se quedaba embarazada. Claro que, mirándolo bien, puede ser comprensible porque, aunque todo estuviera en su sitio, aunque estuviera viviendo lo que ella había elegido, el cambio que había dado a su vida había sido muy grande, y puede que hasta ahora no hubiese tenido tiempo para pensar en ello.  Todos necesitamos tiempo para reajustarnos a nuevas circunstancias y, más tiempo aún, si esas circunstancias están en las antípodas a las anteriores condiciones, que había sido el caso de Danya. 
   Puede que el hecho de que no llegase un bebé a la casa pareciera un infortunio pero, ahora,  Danya lo ve como una bendición. “Ese tiempo nos sirvió para unirnos a los tres, para conocernos”.  Danya cree que fue un regalo para ella, su marido y su hijo. Si la pareja hubiese tenido niños pronto, ni que decir tiene que les hubiese faltado tiempo para ellos mismos.  


     Tres años después, se rompe la racha y Danya espera a su primer hijo. El embarazo fue duro, no paraba de vomitar y debía guardar reposo. Danya recuerda que una ocasión encontró a su marido rezando para que todo saliera bien. Tuvo a su niña. Después vinieron otras dos. Y aún tiene juventud y salud de sobra para ir a por otro, para aumentar la gran familia que ya tiene.  

HORA DEL REZO EN UN RESTAURANTE


ESTRELLA, LA VIKINGA

    Estrella es una mujer alta, rubia y de ojos azules. Tiene más de cincuenta años pero es más joven que muchas personas de veinte. Desborda energía: sus movimientos son ágiles, su conversación fluída, su mente rápida y además, tiene mucho sentido del humor. Ríe, Estrella ríe, a gusto. A todo esto hay que añadir otra característica, la primera que se aprecia en cuanto habla: su marcado acento uruguayo. Oyes esa particular cadencia y lo siguiente es preguntar a Estrella ¿de dónde eres? Y en su respuesta te da la primera sorpresa: "soy gallega". A partir de ahí está claro que Estrella tiene mucho que contar, que su vida ha sido distinta, que su pensamiento merece ser escuchado.
 
    "Yo nací en Uruguay. Ya sabes que los gallegos somos así, nacemos donde queremos". Estrella comienza con esa frase el relato de cómo sus padres llegan hasta Uruguay desde Galicia. Cuenta que su abuela paterna perdió a un hermano en la guerra de Marruecos y que, marcada por ese hecho y quizás, en un intento, consciente o no, de evitar una tragedia parecida, mandaba a sus hijos a Uruguay cuando cumplían diecisiete años, que era la edad en la que tenían que incorporarse al ejército para hacer el servicio militar.
     Eran los primeros años del siglo XX, y España estaba empeñada en conseguir el control del norte de Marruecos. En julio de 1909 unos obreros españoles que trabajaban en la construcción de un ferrocarril para unir Melilla con las minas de Beni Bu Ifrur, sufrieron un ataque a manos de bereberes que no querían a los extrajeros en sus tierras. Murieron cuatro trabajadores y fue el inicio de una guerra que duraría varios años y en la que morirían muchos más. Al frente del gobierno español estaba el conservador Antonio Maura que, para aplastar la revuelta, decretó el envió a Marruecos de varias brigadas del ejército y de varios cupos de reservistas, a pesar de que muchos de ellos, eran padres de famila, trabajadores de los que dependía sustento familiar. El decreto cayó muy mal entre la gente pobre, humilde, porque además, la ley permitía pagar para quedar exento de incorporarse a filas, y que otra persona fuera en su lugar. Y eso solo se lo podían permitir algunos. Por ello, y por la impopularidad de la guerra, en aquellos años, estaba muy extendida la idea de que "a los hijos de los pobres los mandaban a Marruecos a morir".
    La guerra de Marruecos ya había terminado cuando la abuela de Estrella creó su propia familia pero ella vivió aquellas circunstancia de España y el recuerdo de la muerte de su hermano persistía, y quizás fuera la razón por la que prefería que sus hijos emigraran. Por otra parte el padre de Estrella nació en los años previos a la Guerra Civil y, cuando cumplió diecisiete años, España vivía su posguerra. Así las cosas, embarcar rumbo a Uruguay solo suena a posibilidad, a mejorar, a buena opción.
    La madre de Estrella vivía bien y no tenía necesidad de emigrar: solo eran dos hermanas y poseían tierras suficientes. Pero, otros acontecimientos intervinieron en la decisión de dejar "súa terra galega". El primero y más hondo es que ella estaba enamorada de ese chico al que su madre mandó a Uruguay al cumplir los 17. Él ya llevaba allí varios años. Luego resulta que unos tíos de la futura mamá de Estrella, que también hacía años que se habían instalado en Montevideo, vienen de visita a la aldea. La pareja no tiene hijos pero sí una gran fortuna y le proponen a la sobrina que vaya con ellos. La madre, la abuela de Estrella, dice que no, pero la futura mamá de Estrella acepta. ¿Cómo podría negarse  si le habían planeado una boda de conveniencia con un vecino? Nunca tendría una mejor oportunidad para evitar ese matrimonio. Como dice Estrella: "se le abrieron las puertas del cielo".  Así que se marcha con la esperanza de reencontrarse con el chico con el que se había comprometido años atrás.

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 Las pequeñas dudas que tenía la futura mamá de Estrella se disiparon cuando sus tíos le aseguraron que solo tenía que probar, que si no le gustaba aquello, estaba claro que le pagarían el pasaje de vuelta a casa. Así que hizo sus maletas y se marchó. Y todo sucedió como ella había imaginado: encontró a su novio, él también seguía enamorado, y a los seis meses se casaron. Al año nació Estrella.
     Pasó el tiempo y el tío de la mamá de Estrella murió dejándole todas sus propiedades como única heredera. "A pesar de todo, mi mamá nunca acabó de adaptarse, al contrario que mi padre que era un montevideano más, adoraba aquello. Mi madre tenía su corazón en Galicia. Visitaba su tierra, para ver a su hermana y a sus padres, una o dos veces al año y cuando se volvía a Uruguay, a la hora de la despedida,  parecía Rosalía de Castro". Dice Estrella que, no obstante y a pesar de su morriña optó por quedarse en Uruguay porque consideraba que sus hijos tendrían más oportunidades en aquella ciudad latinoamericana que en su Galicia natal. Hay que apuntar que durante la primera mitad del siglo XX Uruguay era un país rico, se le condiraba "la Suiza de América", tal y como señala Estrella.
     En ese ambiente crece nuestra protagonista. A Estrella le gustan los animales y la medicina y, como parece natural, estudia veterinaria. A la vez se casa y, al poco tiempo, tiene un hijo y luego otro y un tercero.Y de estudiante pasa a profesora en la misma Universidad de Montevideo.
     Ya con sus tres hijos nacidos, Estrella viaja a España como parte de un proyecto entre las  Universidades de Uruguay y España. Se trata de un trabajo de investigación en biotecnología en el que participan doce veterinarios sudamericanos, entre ellos, Estrella.
     Por entonces, Uruguay ya no es lo que había sido debido a una gran crisis económica. Además sus padres viajan a Galicia y empiezan a construir la casa donde piensan trasladarse definitivamente en un futuro no muy lejano. La relación matrimonial de Estrella está rota y el divorcio parece inevitable. En medio de todo este contexto, en Madrid, a la vez que trabaja en ese proyecto de investigación, le hacen una propuesta laboral que la obligaría a estar seis meses en cada país de la entonces Comunidad Económica Europea. Lo rechaza ante el asombro de quienes la eligen para tal tarea. "¿Cómo puedes rechazar una cosa así ?, si para un español, sin crisis, es una oportunidad inmejorable, para un uruguayo,  en crisis, es mejor aún. ¿Que razón puedes tener para rehusar una oferta así?"  Y ella responde: "No tengo una razón, no, tengo tres y la más pequeña tiene año y medio".
    Estrella explica que mientras estaba en Madrid, sus hijos se habían quedado en Uruguay. Eran dos meses los que tenía que estar lejos de ellos, un tiempo que estaba dispuesta a quitarles y quitarse, a favor de su carrera, pero cinco años, como suponía esa sugestiva oferta de trabajo, le parecía un sacrificio enorme, un precio que, en ese momento de su vida, no estaba dispuesta a pagar a pesar de lo mucho que le gustaba su trabajo, a pesar de que profesión era totalmente vocacional.
    ¿Cómo te sientes en un momento así? Acabas de decir no a un trabajo perfecto, que te gusta, para el que llevas años preparandote, lleno de posibilidades. Es difícil que otra oportunidad así se presente. Lo sabes, pero.....no puedes aceptarlo, ahora no. Tienes prioridades. Siempre hay que elegir y renunciar a cosas, dejar por el camino deseos, intenciones, sueños. Una semilla de frustración aparece dentro de ti pero, como has hecho lo que tenías que hacer, nunca crecerá tanto como para que te haga un daño irreparable. ¿No?
     Con todo este revoltijo de ideas y emociones va Estrella de Madrid a Galicia a visitar a su familia.  "Si hago 10 mil kilómetros para ir a Madrid, y no hago 600 más para ir a Galicia, me matan", apunta Estrella. Y llegando a Galicia las cosas empiezan a tomar otro cariz, quizás por eso que dicen de que cuando una puerta se cierra, otra se abre.

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 Estrella llega a casa de sus abuelos donde también vive su tía. La reciben entusiasmados, están felices de tenerla entre ellos.
     Como hemos dicho, la madre de Estrella siempre mantuvo en su corazón el anhelo de su tierra, y su hermana, que se quedó en Galicia, también guardaba la esperanza de su regreso. Así que, la llegada de Estrella la interpretó como una avanzadilla, después, con un poco de suerte, vendría toda la familia y por fin, los tendría a todos cerca, en la aldea. La tía se aseguró de que ese deseo no fuera solo un sueño, hizo lo que pudo para que hubiese posibilidades reales, para que su sobrina tuviese motivos para quedarse: contactó con el veterinario de la zona que tenía la jubilación a la vuelta de la esquina.  El veterinario aceptó conocer a Estrella y ella aceptó ir a visitar a su colega. "Era una bellísima persona. Estaba preocupado por sus clientes, por dejarles a alguién que se encargara de sus animales cuando él se retirara. Yo, le dije: hace años que no veo una vaca. Me dedico a la biotecnología y a animales pequeños, pero ¿vacas?" Así recueda Estrella aquel primer encuentro con el anciano veterinario de la aldea. Él le explicó que era un trabajo duro, de muchas horas, pero técnicamente fácil y que además se ganaba bien. Antes de ir a visitar al veterinario, Estrella le había aclarado a su tía que había ido a España por trabajo, no a por trabajo. Sin embargo, después de la entrevista las cosas habían cambiado y en su cabeza aparecío la idea de que quizás, vivir allí, era una opción, quizás sería bueno para sus hijos. Eran pequeños y el medio rural podría darles lo que necesitaban, más adelante, cuando fueran mayores, se iría viendo. Coruña, dónde había buenos colegios, estaba a treinta kilómetros, una distancia admisible. Claro que para los niños, acostumbrados a vivir en una ciudad grande,  podría ser duro adaptarse a una zona rural. Este pensamiento hizo que Estrella recordase un estudio que había leído "de los americanos que todo lo hacen por estadísticas y curvas gaussianas" que decía que una persona que empezase a trabajar entonces (hace treinta años) estaba previsto que a lo largo de su vida cambiaría 5 veces de función laboral. Y que por eso se estaba empezando a valorar más la flexibilidad, la capacidad para adaptarse a los cambios. "Si, desgraciao, tenías razón con tus putas estadísticas, que nuestra vida iba a cambiar de un plumazo. ¿Cúando un médico iba a tener que salir del país por motivos económicos? Podría salir por razones profesionales pero económicas, no. Cuando yo llegué hace 25 años a Galicia ¿quíen podría decir que a los cincuenta te tendrías que ir a buscar trabajo a otro país como he tendio que hacer yo ahora? Mis colegas gallegos me consideran afortunada, no obstante,  porque me eduqué en un país dónde era habitual manejar varios idiomas. En España ni el presidente del gobierno habla inglés. Mis compañeros de generación, ninguno habla una segunda lengua. En Uruguay, en mi època de estudiante, los que estudiaban una carrera, los que iban a la universidad, hablaban uno o dos idiomas más".
     
        Estrella se queda en Galicia. Dice que las características de aquel trabajo le permitieron vivir la infancia de sus hijos. Se trataba de un oficio sin horarios fijos pero, podía llevar a mis hijos al trabajo. Pude pasar mucho tiempo con ellos. Se lo tomaban como una excursión. Prefería llevarlos a que pasaran toda la tarde con una niñera o con mi madre porque yo soy quien los tiene que educar, ella tiene unos criterios y yo, otros".
      Después de unos años, tal y como Estrella había pensado en un principio, empezó a considerar que la educación de los niños estaba siendo inadecuada, quería algo mejor. Recuerda a un profesor que luchaba por estimular a una clase dónde solo unos pocos prestaban atención. Veía a sus hijos desmotivados por los estudios, influenciados por un ambiente vago y sin ambiciones. Esto fue años atrás cuando en las zonas rurales de toda España, niños de 16 años, dejaban sus estudios para trabajar en la construcción porque podían ganar más de dos mil euros al mes. Algo que resulta atractivo para un adolescente pero, sin duda, es una trampa desde la mirada de un adulto.  Finalmente optó por llevarlos a Coruña a una escuela de jesuitas. Considera que dan una buena educación y,  aunque no es una persona religiosa, valora y coincide con los principios morales que allí les enseñan. "Respeto profundamente a la gente que cree de verdad. La fe ayuda a superar muchos obstáculos. El depresivo está convencido de que su vida es una mierda, es igual que la tuya pero él cree que es peor. Si piensa que después tendrá una vida mejor, eso le ayudará a llevarlo.  Mi suegra tuvo cáncer y se aferró tanto a su fe que lo superó". Estrella no cree en la vida después de la muerte, quizás por su educación laica y científica, o quizás, porque su mente ya venía así de fábrica, o por todo a la vez. Pero sea como sea, los que piensan que ésta vida es lo único que tenemos, intentan vivirla más intensamente, procuran vivirla a su manera, con las menos imposiciones posibles, y en general, agradecen cada momento. Estrella es así.
   Sus hijos, que opusieron resistencia a aquel cambio de escuela, agradecen hoy la decisión de su madre y el ánimo que siempre les dio para que siguieran estudiando. El mayor, después de bachillerato se decidió por hacer unos módulos de electricidad motivado por el deseo de tener un trábajo cuanto antes. Lo hizo y al finalizar quiso ir a la universidad a estudiar una ingeniería :"Mamá he perdido dos años. Ahora quiero seguir aprendiendo". A lo que Estrella contestó: "solo se pierde el tiempo si estás tumbado en el sofá. Me parece perfecto que quieras continuar tus estudios. Adelante".
    Estrella es una mujer vehemente, pasional, entusiasta. Es una persona de esas que contagian energia. Es inteligente, se expresa con un rico vocabulario, sabe comunicar lo que quiere decir. Su cabeza va rápida y se le amontonan las ideas. Ese aspecto de su personalidad la hace hilar una cosa con la otra a gran velocidad. Y tras explicarme el valor de la educación, me cuenta las trabas que supone el machismo en Uruguay, en España, y por supuesto, en Arabia.
   Dice Estrella que en el último año de carrera estuvo en España, en León, y que allí encontró a tan solo 5 mujeres. En Uruguay, calcula que había un 25 por ciento, pero que igualmente su carrera era una licenciatura para hombres.  "Solo ellos podían atender caballos", añade con mucha ironía. El sitio para las mujeres era el relacionado con animales más pequeños o el laboratorio. "Te decían: yo no soy machista, es que vosotras no tenéis la fuerza necesaria. Un machismo muy educado".
  Cuando Estrella terminó la carrera, el ministerio de agricultura y ganadería puso en marcha una campaña para reclutar inspectores de sanidad con el fin de atajar la fiebre aftosa que en ese momento estaba dañando la ganaderia uruguaya. La fiebre aftosa es una enfermedad muy contagiosa causada por un virus que afecta a los ganados bovino, ovino, porcino y caprino. Se manifiesta con fiebre alta, ulceras en la boca del animal y erosiones en las pezuñas y las ubres, entre otras cosas. Estrella, junto a un grupo de amigas, hacía cola para entregar su solicitud y conseguir uno de esos  puestos.  Un responsable de la camapaña y profesor de su facultad las vio y les informó de que allí no se aceptaban mujeres. "El decreto del gobierno pide licenciados con carné de conducir como únicos requisitos. Todas nosotras los tenemos". El profesor respondió al argumento de las chicas que el motivo de eliminar a las mujeres era que el campesino, los ganaderos, solo querían hombres. La opinión de Estrella era que el gobierno es quién debiera decidir eso: " somos veterinarios, si el campesino no nos quiere que se joda" . Desde luego es un argumento correcto pero el caso es que  "no tomó a ninguna condenada mujer".  El asunto llegó a los tribunales.

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Años después de aquello, Estrella trabajaba en la universidad. Salió una opisición para un único puesto. Ella y un compañero quedaron finalistas en las pruebas. Según les informaron los dos tenían la misma puntuación, pero el responsable lo eligió a él. El argumento se lo explicaron así:
- "hombre mujer, él tiene una familia que mantener. Además vaís a ganar lo mismo solo que su plaza será fija".
 Dice Estrella que en aquel entonces ella ya tenía a sus hijos, ya tenía a una familia, numerosa,  a la que mantener.
    En cuanto a España, en el medio rural, Estrella encontró más machismo entre las mujeres que entre los hombres. Cuenta que en uno de sus primeros trabajos en Galicia, cuando llegó a la casa, la mujer le preguntó por el veterinario.
-  Soy yo, señora. Le dijo Estrella.
- Y ¿cómo va a inseminar a la vaca?
- Pues mire, con el brazo iquierdo localizo el útero y con el derecho insemino. ¿ Necesito algo más?
    "La campesina gallega creía que una mujer veterinaria está incapacitada para inseminar una vaca cuando ella "trabaja el campo como un hombre, atiende a los animales, y cuando llega la noche, sigue trabajando en la casa y encargandose de sus hijos. Él, mientras, una vez terminada su jornada, sobre las 6 de la tarde,  se va al bar a jugar a las cartas con los amigos".
  Estrella cuenta que miró a la mujer, observó su físico y pensó: "prefiero enfadarme con tu marido que contigo. Él parece un miriñaque pero tu, me das una hostia y me rompes los huesos".
  Es cierto, según sigue contando, que las gallegas manejan el dinero de la casa. "¡Faltaría más cuando ellas se comen todo el marrón!". Y me explica que, a pesar de ese pensamiento machista adquirido en los ultimos siglos, las mujeres gallegas conservan en su ADN el carácter fuerte y libre de la antigua cultura celta.
       Es probable que, en cuanto a igualdad entre hombres y mujeres, no haya existido otro pueblo como aquel, el celta. El derecho celta se basaba en la posesión del ganado, no en la posesión de la tierra como el romano. Y las mujeres podían poseer rebaños lo que las hacía plenas partícipes de la sociedad. Ellas tenían derecho a elegir marido, y no se las podía casar sin su consentimiento. Disponían de autonomía económica y cuando se divorciaban, (porque también existía el divorcio y hacían uso de él con frecuencia) cada uno se llevaba sus bienes y los comunes se repartían. Además, y eso lo hemos visto en el cine, eran guerreras tan duras como los hombres. Los antiguos clásicos las describen como casi de la misma talla que los hombres y de igual coraje.


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       "Arabia..... es una cultura muy diferente". Estrella solo lleva unos meses en ese país. Pero su trabajo le permite relacionarse diariamente con mucha gente y asegura que, al 90 por ciento de las mujeres que van a la clínica con sus perros y sus gatos, se las ve contentas. "Llegan tapadas pero enseguida te piden que cierres la puerta y empiezan a quitarse capas, algunas hasta tres, como las monjas, para aliviarse un poco del calor".
     Dice que muchas de sus clientas trabajan, son médicos, maestras. "Creo que trabajan las que realmente quieren hacerlo. Otras, como una chica que conocí los primeros días de estar en Jeddah, prefieren ser muñequitas de porcelana. Esta me decía que su marido la animaba para que buscase trabajo pero no necesitaba el dinero y prefería pasar su tiempo en el "mall" y en la peluquería".
     En cuanto a su propio trabajo, Estrella afirma que en ningún momento se ha sentido de menos por el hecho de ser mujer. El dueño y el contable de la empresa son saudíes. Ese último tiene una imagen más radical, viste de thobe, lleva una barba grande, y sabe de él, que tiene tres esposas. Aún puede tener otra más, siempre que las pueda mantener a todas por igual. Estrella añade: "¡vamos como en España ! Si tienes pasta tienes una mujer en Madrid, otra Barcelona y otra en Vitoria, si no tienes pasta te quedas con una. Aquí es mejor porque es legal y si le compras un coche a una le tienes que comprar también a las otras. Y además tienen que tener muy buena salud para tener sexo con las tres". Aparte de estas ironías, Estrella dice que este señor nunca le da la mano, porque nunca se la da a ninguna mujer pero, jamás le ha faltado al respeto y siempre se comporta de forma muy educada. En una ocasión le regaló un Corán en español porque sabe que Estrella no es religiosa. Ella lo tomó y le dio las gracias porque la religión es cultura y la cultura siempre es enriquecedora. En cuanto al dueño de la clínica, Estrella dice lo mismo, que la ha tratado con un respeto absoluto y que su opinión profesional cuenta tanto como la de sus compañeros, hombres. Y lo mismo me cuenta de los clientes. Sobre estos apunta que a veces expresan su sorpresa de que esté sola en el país y le preguntan por sus hijos, es lo que despierta más curiosidad entre ellos, que esté allí sin su familia, pero nunca dudan de su profesionalidad por ser mujer.
    Ahora bien, dónde realmente sientes la segregación, dónde te sientes diferente por ser mujer es en la calle. "Me choca cuando me dicen: usted por aquí". Se refiere a que en cualquier sitio público hay una zona específica para hombres y otra para mujeres, en un ministerio, en el banco, en un restaurante ( por supuesto también en una mezquita).  Dice Estrella que tiene una clienta de origen latinoamericano que es médico y trabaja en un hospital. Vive en Jeddah porque su marido es saudí. La doctora aseguraba que en ningún sitio pagan lo mismo que en Arabia, ni en Europa ni en EEUU, y que en el trabajo es un médico más. Coincide con Estrella, por tanto, en que las diferencias están en la calle. Y opina que: "¿para ganar ese dinero me tengo que poner la abaya?, pues me la pongo". Efectivamente, razonado de esa manera, llevar una abaya parece una anécdota. Pero, tal y como ella misma ya ha comprobado, hay otras cosas en la sociedad saudí que te hacen sentir incomodidad. Por ejemplo, que en las calles nunca hay nadie. Es cierto que el clima influye, pero además, hay sitios como la Corniche, el paseo marítimo que se llena de familias saudíes los viernes por la noche, dónde una mujer occidental es el centro de todas las miradas y no faltará quién le pida que se tape el pelo, con lo cual a pocas se les ocurre ir a dar un paseo por allí. O sea, que los sitios dónde los saudíes van a hacer sus pícnic, quedan descartados, como lugares de ocio para un extranjero.
     En las terrazas de las cafeterías solo hay hombres, el sitio de las mujeres siempre está en el interior y lo más frecuente es que las ventanas lleven cristales opacos. Estrella, que vive a cincuenta metros de la calle Tahlia, la más chic de la ciudad, asegura que a veces siente temor de no ver un alma por la calle cuando después del trabajo se acerca al supermecado. Cuando te cruzas con alguien, señala, son como sombras. Hay días, sin embargo que cuando hay un partido de futbol importante sacan a las terrazas pantallas gigantes de televisión y entonces hay más ambiente pero, solo son hombres, claro está. 
    La prohibición de conducir complica muchísimo la vida, y en el mejor de los casos, si dispones de chofer, tendrás que entrenar tu paciencia, porque los horarios y la puntualidad aquí tienen otro significado. "¿Con qué cuentan los diez minutos que te dicen que tardarán en llegar? ¿con un reloj de arena?". El ocio se limita a ir a un centro comercial, y a descubrir cafeterias y restaurantes. Y por supuesto a reuniones y fiestas con los amigos pero, en casa. Como bien apunta Estrella aquí hay de todo, también para las mujeres, pero no se ve. Y por supuesto, como ella también apunta, la religión con dinero se lleva mejor. Todas las prohibiciones y diferencias entre sexos tienen su origen en la religión pero cuanto más alto es el poder adquisitivo más suaves son las normas y la posibilidad de eludirlas.
   Por otra parte, Estrella me comenta la beca que gobierno saudí concede a los estudiantes. Me dice: "tengo entendido que a los chicos les da 2 mil euros al mes y a las chicas 1500. Si, es una diferencia importante pero mis hijos, hijos e hijas,  con cuatro cientos euros al mes hacen milagros".
 

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 "Cuando bajas del avión, sorprende ver a la gente en blanco y negro como la televisión antigua". Con los días esa imagen pierde rigidez pero nunca aparecerán los matices. Y eso, que Jeddah es la ciudad más abierta del país, dónde se pueden llevar abayas de colores distintos al negro, dónde las extrajeras andan por la calle con el pelo descubierto, dónde existen locales en los que está permitido que las mujeres fumen shisha. En la capital, en Riad, todo es más estricto y en otras ciudades como Meca o Medina, más aún. En Jeddah es muy probable que encuentres a la policia de la moral, un viernes por la tarde, en el centro comercial más popular del centro de la ciudad, el Red See Mall. Si los encuentras, o si ellos te encuentran a ti, te pedirán que cubras tu pelo. Si ven a un grupo de chicos jovencitos les invitarán a que se vayan del centro, y si sospechan que un chico y una chica están hablando sin estar casados les exigirán explicaciones. Todas estas cosas, como dice Estrella, "chocan cuando las ves".
    
       Estrella ojeaba una web, para mantenerse al tanto de las novedades en su profesión, cuando vió una oferta de trabajo en Abu Dhabi, capital de Emiratos Árabes. Pensó que podría ser una oportunidad para ayudar a sus hijos a seguir con sus estudios ya que, las dos clinicas veterinarias, en las que ocupaba todo su tiempo, le daban exclusivamente para cubrir gastos. Redactó su currículum y lo envió pero, llegó tarde. Empezó a mirar otras opciones como Inglaterra y Alemania y llegó a la conclusión de que el sueldo estaba bien pero, los gastos de vivir en esos países también son elevados, no resolvían sus problemas. Estrella, que había dejado su perfil en la web dónde vio la oferta de Emiratos, recibe una llamada de Arabia, le dicen que podría cumplir con los requisitos que buscaban y ella les manda su currícum. Dos horas más tarde la vuelven a llamar ofreciendole el trabajo. Dice que les pidió una cantidad de dinero elevada pensando que para rebajarla siempre tendría tiempo. Resulta que la aceptan. Y ¿ahora?, pues solo le queda decir si y hacer las maletas.
       La información que Estrella tenía del país y lo primero que vio después de aterrizar su avión, le hizo preguntarse: "¿aguantaré esto? Hoy la respuesta ya la tiene: claro que si. "Te haces tu ecosistema. Yo aquí estoy cómoda, el tiempo pasa rápido". Y ahora que conoce ese lugar de restricciones piensa que en España tampoco era libre: " En el mundo en el que me ha tocado vivir me coartan economicamente. El banco me mete la mano en el bolsillo y me cobra este mes 300 euros de comisiones. Porque iba a 75 kilometros por hora en una zona escolar, a las 2 de la madrugada,  me ponen una multa de 400 euros, ¡me has jodido el mes, cabrón!. Y por hablar del mes que no puedes pagar el recibo de autónomos, al mes siguiente te cobran el 30 por ciento más y puede que dentro de 6 meses te embarguen la cuenta porque hay un recibo que no pagaste. ¿Te dejaron para comer? No se,  pero el recibo de autónomos lo tienes que pagar aunque debas uno en 23 años que llevas trabajando.  ¿Que puta libertad me estás dando? Me estás haciendo trabajar para ti, para mantener tu puto sistema y a todos los ladrones que te acompañan. Si me dices que trabaje para los niños y para los ancianos, lo hago encantada pero,  para más y que a mí no me quede para comer, no. ¿Que justicia es esa? En Occidente tampoco hay libertad, nos han convertido en una clase nueva de esclavos. Nunca me sentí tan arrinconada, tan ahogada, tan desesperada de no llegar a fin de mes, como en los últimos años en España".
   
       Estrella asegura que mantiene sus clínicas veterinarias abiertas a base de trabajo pero sin ningún rendimiento.  "Lo que ganamos es para el banco, la seguridad social, para los impuestos. Espero que las cosas mejoren porque ¿a qué me voy a dedicar ahora? Y los que están arriba roban tanto que digo yo ¿ para qué si no les va a dar la vida para gastarlo? Ahí tenemos a Pujol, al yerno del rey....  Que me tengo que poner la abaya?, si,  me la pongo,  pero tengo mi sueldo en mi bolsillo y lo dirijo hacia dónde quiero. Las diferencias en Arabia están mas claras, como la poligamia. En España tambien hay, el rey tiene a su mujer y a su amante con la que se va a  cazar elefantes".
   Este discurso de Estrella que puede parecer exaltado, lo puede ser en la forma porque el contenido, la asfixia económica a la que ella se refiere, las pocas facilidades que los gobiernos españoles dan a los autónomos y pequeños empresarios, es una queja generalizada. Y parece ilógico que se les pida pagar lo que no ganan cuando ellos siguen resistiendose a formar parte de esa gorda lista de parados que tenemos.

ESTRELLA_7. ÚLTIMA PARTE.

Estrella, la mujer de aspecto vikingo y de moura, se marchó a Jeddah a trabajar y dejó a sus hijos en Coruña dónde cursas sus estudios. Cerca de allí, en una aldea, también dejó a su madre, la mujer que se fue a Uruguay huyendo de un matrimonio de conveniencia y que regresó con el sueño, cumplido, de casarse con el amor de su vida. La madre de Estrella tiene 83 años. Es diabética y necesita algunos cuidados especiales pero, en general está bien. Y según su hija, su cabeza funciona estupendamente. Y su carácter sigue intacto: " hay una señora que va a atender la casa pero a ella le digo que solo para que le limpie las ventanas porque ella se considera autosuficiente y que puede con todo".  A Estrella le sale "lo gallego", esa vena melancólica que les caracteriza, cuando describe el lugar dónde vive su madre, " es hermoso, espectácular, puedes ver la playa y las montañas". A pesar del entorno idílico, le preocupa por su edad y porque vive sola. Sus hijos se encargan de visitarla y de comprobar que está bien. Ellos han tenido que coger el relevo de su madre en muchos aspectos, en cuidar de la abuela, de la casa, de las clínicas veterinarias y por supuesto de ellos mismos. Claro que Estrella siempre está  con un ojo vigilante.

JEDDAH, HORA DEL REZO


MARYAM, LA BUENA MUSULMANA

     es un nombre árabe de mujer que significa dama famosa. Hay otras definiciones pero ésa es la más frecuente, por lo que podemos entender que es la más acertada. Esto, aparte de que en El Corán Maryam o Miriam es la madre de Jesús, María.
    Nuestra Maryam nació en Alemania. Su madre es española, su padre yemení. Varios países con distintas culturas forman parte de su vida, sin embargo, en ella predomina una cuarta cultura, la saudí.
      Maryam empieza a hablar de ella remontándose a sus abuelos. Cuenta que su abuelo paterno era de Yemen. Estudió medicina y salió del país por motivos de trabajo dejando a su mujer embarazada. Los conflictos políticos de la época mantuvieron cerradas las fronteras de aquel país durante algún tiempo, por lo que, le fue imposible regresar junto a su mujer y nunca llegó a conocer a su hijo, el padre de Maryam. La abuela, que quedó en Yemen, emigró  más tarde a Arabia Saudí. De sus abuelos maternos habla poco porque "eran abuelos de una vez al año".
    Parece comprensible que historias como la de los abuelos de Maryam, que rayan el dramatismo, se mantengan en la memoria de varias generaciones de una familia. Menos impresionante es la historia de sus padres, aunque poco común: el padre también quiso ser médico y estudió y ejerció su carrera en Alemania. Allí conoció a la madre de Maryam, una enfermera valenciana emigrada a Alemania y que trabaja en el mismo centro. 
      Maryam es la mayor de los cuatro hijos que tuvo la pareja. Tenía cinco años cuando la familia se trasladó a la ciudad saudí de Jeddah. Corrían los años 70 y el padre de Maryam fue hasta allí con un grupo de trabajadores alemanes que participaban en la construcción del aeropuerto internacional King Abdulaziz. Había un motivo importante para aceptar el trabajo: su madre, la abuela de Maryam, junto a otros familiares, ya habían logrado salir de Yemen y establecer su residencia en Arabia, concretamente en la ciudad de Jeddah que más tarde dejarían para trasladarse a la capital, Riad, donde, en el momento de escribir estas lineas, aun viven. 
     El aeropuerto de Jeddah es el más importante del país en cuanto a número de pasajeros. Y esto es porque está cerca de la ciudad de Meca, lugar que cada año recibe a millones de peregrinos de todo el mundo. La cantidad de visitantes aumenta brutalmente en las fechas en que se celebra el Hajj, la peregrinación que los musulmanes hacen, al menos una vez en la vida,  para poder morir en paz. La afluencia de peregrinos es tal que para controlarla el gobierno saudí decidió en 1988 establecer cupos a los países: expende permisos a razón de mil por cada millón de habitantes. Y por eso también, el aeropuerto tiene además de una terminal norte y una terminal sur, una terminal Hajj. Es una construcción espectacular tanto por su tamaño, la cuarta más grande del mundo, como por su diseño: se reconoce inmediatamente por su tejado en forma de tienda de campaña. 
     Esas obras fueron la oportunidad para que el padre de Maryam se trasladase a Jeddah y poder estar cerca de su madre. Vivían en un compaund, un conjunto residencial donde estaban agrupadas todas las familias alemanas que formaban parte del proyecto. Por lo tanto, Maryam se comunicaba con sus vecinos en alemán, la lengua en la que le habían hablado sus padres desde que nació, porque era la lengua que tenían en común su padre árabe y su madre española. Los problemas con el idioma llegaron a la hora de ir al colegio en un país árabe y musulmán, aunque esas condiciones eran la mitad de sus orígenes.
   En casa de Maryam se hablaba alemán.  Cuando llegaron a Jeddah, ésa era la única lengua en la que se podía comunicar. El padre quería para sus hijos una educación basada en el Islam, por eso los escolarizó en un colegio público y especialmente religioso, según Maryam, aunque realmente, en todos los colegios saudíes el aprendizaje del Corán es la base de la educación y se estudia con varias asignaturas. Así que con cinco años la sumergieron de lleno en el sistema educativo saudí donde solo oía árabe.  "Por la mañana ibamos al colegio árabe, por la tarde jugábamos en el compaund con nuestros amigos alemanes. Vivíamos las dos culturas sin problemas". Más tarde Maryam estudió filología árabe, de lo que se podría deducir que de aquel proceso de adaptación surgió su vocación. Sobre sus estudios universitarios dice: ”estudié a distancia, en una universidad de Beirut, la capital del Líbano, porque tenía nacionalidad yemení y no podía entrar en una universidad saudí debido a la Guerra del Golfo, de 1990”. Verdaderamente con estas pocas palabras es imposible hacerse a la idea de lo que esa parte del mundo estaba viviendo en aquellos años. Pero queda claro que aunque Maryam, prácticamente no conoce Yemen, si ha sufrido las consecuencias del país natal de su padre.
    La Guerra del Golfo se inició después de que Irak invadiera el Estado de Kuwait. Una coalición compuesta por 34 países, liderada por Estados Unidos y autorizada por Naciones Unidas, ayudaron a Kuwait a librarse de su invasor. Aquella batalla la conocimos como “Operación Tormenta del Desierto”. Para darnos una idea de lo que fue aquello basta con recordar que la operación, que duró solo seis semanas, movilizó a más de medio millón de personas de las fuerzas de EEUU y a otros 160.000 soldados de otros países, lo que supone la mayor expedición militar de la historia. Y otro dato: en ese corto periodo de tiempo, los aliados emplearon mayor cantidad de explosivos que los que fueron utilizados en toda la Segunda Guerra Mundial. 
    En cuanto a Yemen, en 1990 y después de una guerra civil, se convierte en la República Unificada de Yemen. Pero, en ese mismo año, solo unos meses después, estalla la Guerra del Golfo. Yemen es aliado de Irak y después de la guerra no apoyó las sanciones económicas de Naciones Unidas contra el país. Y esto le supone la enemistad de Estados Unidos y sus aliados y la de sus vecinos, especialmente la de Kuwait y la de Arabia Saudí. Este país expulsó entonces a más de un millón de trabajadores emigrantes yemeníes.
    Estos datos nos ayudarán a entender el hecho de que Maryam no pudiese matricularse en una universidad saudí habiendo vivido en el país desde que tenía 5 años. La alternativa que eligió fue la de estudiar a distancia con una universidad de Beirut. Hoy dice que echa de menos aquella ciudad donde iba un par de semanas a hacer sus éxamenes. Y, entre sus intenciones futuras está la de volver algún dia a recorrer las calles que andaba cuando era estudiante. Maryam terminó sus estudios y hoy se dedica, a tiempo parcial, a hacer traducciones. Trabaja allí donde la solicitan traduciendo documentos del inglés al árabe, y viceversa. También del español y del alemán aunque, cuando se trata de estos idiomas, solo traduce documentos sin mucho texto porque asegura que no domina la gramática a pesar de que los hable y entienda perfectamente. También acude a congresos y exposiciones como traductora. Se queja de que algunas empresas, como la última que era una compañía española, le pagan mal y tarde. Argumenta: “no trabajo por amor al arte, lo hago porque necesito el dinero. El colegio de mis hijos lo tengo que pagar el primer día, si no pago no le dan los libros”. Especialmente se siente orgullosa de una novela que tradujo del árabe al inglés y que escribió un joven saudí, estudiante de medicina. La novela se llama: “Hopeless Nights”, Noches sin esperanza, y su autor firma con el nombre de Osama Marta. Se trata de una novela que mezcla hechos sobrenaturales con reales y donde el bien y el mal están separados por una delgada línea, según las notas que aparecen sobre la obra, en Amazon donde está a la venta.

        Maryam y su hermano se quedaron en Arabia después de que sus padres se jubilaran. Cuando terminaron las obras del aeropuerto de Jeddah, que se inauguró en 1981, el padre de Maryam continuó trabajando en una clínica privada hasta que el menor de sus hijos terminara de estudiar. Después se fueron a Valencia a vivir su retiro. Con ellos se marcharon las dos hermanas de Maryam: la mayor vive tambien en Valencia, como sus padres, la pequeña en Madrid. Y en cuanto al hermano, que actualmente vive en Riad, una de sus prioridades era casarse en Arabia y lo hizo con una de sus primas. La misma preferencia tenía Maryam: ”quería casarme, formar una familia. En España casarse con un musulmán es difícil a no ser que lo hagas con un marroquí, y yo no quería porque en Marruecos se habla de otra forma, tienen costumbres distintas, no entiendo bien el árabe que hablan allí”. Estaba claro que con ese pensamiento, su vida estaba en Arabia.
   
        Cuenta Maryam que cuando vivían en el compaund, antes de que sus padres se jubilaran, recibieron las visitas de algunas familias yemeníes que buscaban novias para sus hijos. “Llegaban a casa y nos miraban a mis hermanas y a mí como a objetos expuestos en una vitrina. A nosotras nos incomodaba la situación. Yo me sentía como una cabra en el matadero. En una ocasión vino una familia que estaba buscando la vivienda de las chicas que tienen la madre española. Éstos nos pusieron de condición, para un futuro matrimonio, que tendríamos que estar en casa y no trabajar fuera. Yo estaba estudiando y por supuesto, quería trabajar. No, así no, pensábamos. Le dijimos a mi padre que esa forma de encontrar marido no iba con nosotras”.
    Para evitar más exámenes de ese tipo, las hermanas decidieron que la mejor forma de buscar pareja era a través de internet. Se lo propusieron al padre y éste les pidió unos días para pensar en ello. Finalmente les dio el visto bueno para utilizar esa herramienta. Le convenció el hecho de que sus hijas utilizarían nombres irreconocibles, en ningún caso usarían el apellido del padre," muy conocido entre las familias yemeníes que vivían en Jeddah". Maryam, por ejemplo se daba a conocer con un nombre imaginario y el apellido de su madre. 
     Y fue así, a través de una web de contactos, como conoció a su marido. Intercambiaron e-mails y dos semanas después el chico pidió a Maryam una entrevista con el padre. Como se trataba de un desconocido, el padre quedó con él fuera de la casa. Y a los pocos días toda la familia del pretendiente fue a conocer a Maryam. Nos cuenta que en ese primer encuentro no llevaba abaya. “El hombre tiene derecho a ver a la mujer sin abaya una vez antes del matrimonio. Te vistes decorosamente pero sin abaya. Luego, siempre la llevas hasta que te casas, te la quitas en casa si no hay otros hombres que no sean tu marido, tu hermano o tu padre”.  
    Acordaron la boda, que se demoró algún tiempo porque Maryam, que no tenía pasaporte saudí, necesitaba un permiso especial de matrimonio. El papel tardó un año y tres meses. Después pudieron hacer la celebración, con vestido blanco y con el resto de ceremonias que exige el momento y la costumbre. 
    En la mayoría de los matrimonios saudíes se suele hacer un contrato prematrimonial como forma de legalizar el compromiso de los novios. Esto es como, un noviazgo con papeles. La pareja se conoce y se compromete legalmente hasta que se dé el momento adecuado para casarse, para firmar "el acta de matrimonio" e irse a vivir juntos; puede que esperen a tener una casa, a terminar una carrera universitaria, a encontrar trabajo. Cuando firman el acta de matrimonio celebran la fiesta, que para los hombres suele ser una reunión entre familiares y amigos.  La fiesta de las mujeres se podría decir que es más fiesta, algo más ameno, más entretenido. Se celebra en un sitio separado de los hombres, incluso muchas veces se hace en días distintos. La novia se peina, se maquilla (tanto que, en la mayoría de los casos, está irreconocible) y se pone su vestido blanco. Se reúne con el novio y se hacen fotos. Después, bajan los novios a la sala donde están las invitadas que, ante la presencia del marido, se tienen que cubrir sus lujosos y o llamativos vestidos con la abaya. Los novios se intercambian los anillos, cortan la tarta. Así fue también la boda de Maryam.

MARYAM_2. ÚLTIMA PARTE.

 Maryam se casó y fue a vivir a una casa al lado de sus suegros, en el mismo bloque de pisos donde también residen sus cuñados. “Yo no quería,  pero mi marido dijo: ¿para qué pagar una renta si tenemos una casa? Probamos y si no te gusta,  nos mudamos. Aquí llevo doce años”.
    Al principio fue difícil vivir tan cerca de la familia. Según Maryam la dificultad estaba en que tanto sus suegros como sus cuñados tienen costumbres distintas a ella y a su marido.  Ellos trabajan, el marido, arquitecto, con un horario de oficina, y ella, en aquellos años hacía traducciones para varias webs y revistas. Eso les hacía tener horarios distintos a los de su familia política. “Mis suegros me visitaban a las doce de la noche y se quedaban hasta las tres, las cuatro de la madrugada. Yo no podía hacer eso. Pensaban que no les quería. Y no era eso, simplemente tenía otra forma de vida. Nos íbamos pronto a la cama porque nos levantábamos temprano".  La familia política de Maryam acabó entendiendo que no se trataba de falta de afecto cuando, en una ocasión, la suegra cayó enferma y ella subía a cuidarla y a echarle una mano con la casa.
       Maryam dejó su trabajo al cabo de unos años, y de forma temporal, cuando se quedó embarazada. Tuvo un niño al que quería poner un nombre árabe pero los nombres que elegía la pareja para su futuro bebé se encontraban con un problema: la madre de Maryam era incapaz de pronunciarlos de forma correcta, así que no acababan de decidirse. Finalmente el nombre definitivo vino a través de un sueño: “una mañana mi marido despierta y me dice que había soñado que venía Elías. Me preguntó qué me parecía si le poníamos ese nombre de profeta. Yo dije: si. Me gusta y es fácil de pronunciar en árabe y en español. 
       Unos años después vino la niña. Y de nuevo, buscar un nombre tuvo un largo proceso. “Me gustaba Asma, que significa sublime, de alto rango. Pero una amiga de mi hermana, en Valencia, dijo: ¿asma?, eso es una enfermedad. Luego propuse Malak, que significa ángel, pero en España no pronuncian la k. También me gustaba Lana, y el pero de este nombre era que mi hermana queda con unas amigas a tejer y les resultaba algo cómico, poco serio, llamar a la niña como el material que utilizaban para hacer un jersey. Me decidí por Lina que en árabe significa suave, frágil y es común en Valencia como diminutivo de Adelina. Y le dije a mi familia: éste no me digáis que es raro porque allí tenéis a Lina Morgan, entre otras muchas linas”. 
     Maryam piensa que hizo lo correcto a la hora de optar por los nombres de sus hijos porque “está mal que una abuela no pueda nombrar a sus nietos. Los hijos de mi hermano tienen nombres árabes elegidos por su esposa y mi madre los nombra como puede, con palabras parecidas, pero nunca las exactas". 
    Los hijos de Maryam estudian en un colegio público de Jeddah porque para ella lo primero es el Islam y la lengua árabe, “y una cosa va con la otra. Tienes que conocer bien la lengua árabe para poder estudiar el Corán”. En el colegio también estudian inglés. Y con eso, según Maryam,  tienen lo fundamental para su educación. Después la completarán, piensa, con el alemán y el español. El alemán dice que lo aprenden poco a poco en casa de sus abuelos maternos porque entre ellos solo hablan esta lengua. Y el español, en la calle, cuando,  juegan con los chicos de la urbanización. Maryam y sus hijos,  pasan casi todas las vacaciones escolares en España, en casa de los abuelos. Allí juegan en la calle con sus vecinos, hacen excursiones al campo, practican deportes en el río. En Jeddah, el ocio es distinto: van a la playa con otras familias donde “los hombres preparan barbacoas. Ellos se ocupan de hacer la comida y de atender a los niños. Nosotras no hacemos nada porque cuando volvemos a casa somos nosotras quien bañamos a los niños y nos ocupamos de ellos”. Cuando pasan los meses de verano suelen cambiar la playa por el desierto. Preparan allí la comida, vuelan cometas, juegan con coches teledirigidos y se quedan hasta la noche para poder ver las estrellas. Para tener cierta intimidad llevan una pequeña jaima que les hace las funciones de wáter. 
En Jeddah, no hay difencia entre el ocio para niños y para mayores. Las posibilidades son escasas aunque Maryam asegure que esa parte la tiene cubierta.        
   

      A parte de sus salidas a la playa y al desierto,  se guarda las tardes de los lunes para quedar con sus amigas. “Si quiero salir por la noche mi marido se tiene que quedar en casa a cuidar de los niños”. Por eso, para evitar pedirle a su marido cada lunes que se quede con los niños, optó por hacer la reunión en su propia casa.  Cada una lleva un plato para la cena. Ahorran trabajo utilizando cubiertos y vajilla de plástico. Tres de ellas siempre son fijas, el resto va cuando puede. En general se reúnen unas siete u ocho aunque, a veces, han llegado a ser veinte. Demasiadas, según Maryam, para el espacio de su salón y para poder disfrutar de forma tranquila de las conversaciones. “Somos un grupo variopinto porque nos juntamos mujeres de muchas nacionalidades: saudíes, turcas, egipcias, sirias, norteamericanas…A veces tengo mucho trabajo para el día siguiente o estoy cansada pero, no cambio esos encuentros por nada del mundo:. me dan la vida, me recargan las pilas. Mi marido habla poco: puede estar a mi lado durante horas y sin decir una sola palabra”.
   Maryam tiene otra cita semanal, los jueves: “quiero que mis hijos jueguen con sus amigos fuera del cole porque así es como se hacen los amigos de verdad. Por eso planteé que un día a la semana las madres acompañásemos a los niños a comer a un lugar donde luego puedan jugar un buen rato. Y así lo hacemos desde hace ya dos años. Los lunes para mí y los jueves para mis hijos”. 
        
      Maryam piensa que sus hijos son tan felices en Jeddah como en Valencia. Y se siente contenta al contar que ellos tienen algo que ella y sus hermanos no tenían: relación con sus abuelos. “A mis abuelos españoles los veíamos una vez al año, y a mi abuela paterna la íbamos a ver los viernes Al Balad ( la zona vieja de Jeddah ) donde residía hasta que se mudó a Riad, pero para ella no éramos importantes porque mi madre era española y católica. A mi abuelo paterno no lo conocimos, mi padre solo tiene de él una foto, nada más”. La melancolía con la que Maryan dice esas palabras se convierte en evidente alegría cuando cuenta como sus hijos, al contrario que ella, son queridos por sus abuelos. La abuela valenciana espera a sus nietos con sus comidas preferidas, igual que su abuela saudí. En Arabia además, después de las vacaciones,  también les espera su padre que nunca viaja con ellos, según Maryam, por motivos de trabajo y porque en España no puede comunicarse ni en árabe ni en inglés. “Por eso después de dos meses en Valencia echan de menos a su padre y quieren volver”.  

      Maryam está orgullosa de que sus hijos conozcan y puedan desenvolverse en dos culturas distintas. “Mi madre, que es católica,  nunca nos llevó a una iglesia porque no sabía cómo podría reaccionar mi padre. Fue él quien un día nos hizo visitar la catedral de Valencia. Nos dijo que era como una mezquita: un sitio donde te reúnes con Dios, donde rezas y donde hay que guardar silencio. Lo mismo les digo yo a mis hijos”. Claro está que son lugares donde los creyentes se relacionan con su Dios, pero hay ciertas diferencias, la más evidente es que en las mezquitas los hombres y las mujeres rezan por separado: las mujeres están en una sala donde pueden oír y ver, en el mejor de los casos, a través de unas rendijas, pero no ser vistas. La sala de las mujeres suele estar en un primer piso al que acceden por un camino también separado, fuera de la vista. Y a las horas de los rezos, son las sandalias de los hombres las que se ven a las puertas de las mezquitas, no se ven los zapatos  de las mujeres. Ellas rezan en sus casas. La visita a la mezquita es también cosa de hombres, (como el brandy).  O sea, las mujeres se relacionan con Dios también de forma distinta a como lo hacen los hombres. Y, un mero observador de las formas, podría deducir que el rezo de una mujer vale menos.
(Las mujeres saudíes, en público, parecen ir diciendo: no quiero molestar. Hay situaciones, sin embargo, en las que sucede justo lo contrario. Por ejemplo, cuando están delante de la caja de una tienda para pagar: por lo general, les cuesta respetar la fila, el turno. Ponen sus artículos sobre la mesa como si estuvieran solas y se abren paso hasta el mostrador sin miramientos, caiga quien caiga por el camino. Creo que ir totalmente cubiertas bajo sus hábitos aumenta el descaro. Y me atrevería a decir que esa osadía, a veces, incluso insolencia, es directamente proporcional a la cantidad de rostro que llevan cubierto: es decir, las mujeres que, sobre las máscaras de la cara y sobre el pañuelo de su pelo, llevan otro pañuelo más cubriendo lo ya cubierto y hasta los ojos, lo más probable es que se te cuele a la hora de pagar).

     Maryam comenta otras diferencias entre Valencia y Jeddah que, aunque sean leves, le complican la vida en España. Por ejemplo, la comida. Para Maryam es importante que sus hijos sigan los preceptos del Islam, por supuesto también con la alimentación. “El verano pasado me dice mi hijo que había comido los fartons más buenos de su vida. Resultó que estaban hechos con manteca de cerco. No los podemos comer. Tampoco podemos tomar mantecados, ni ensaimadas, ni croissant . Antes los hacían con aceites vegetales y ahora todo lleva manteca de cerdo…..Mi hija me llegó a preguntar qué pasaba con el agua, si la podía beber”.
      Cuando estás fuera de casa una de las cosas que se suele echar de menos es la comida.  Y por eso Maryam cuando viaja a España dice que lleva unos cien kilos de artículos comestibles típicos de Arabia: especias para sopa, dátiles…..alimentos que, sobre todo, utiliza para la celebración del Ramadán. (Una Navidad sin turrón ni mazapán, no es lo mismo).  El último día de Ramadán es una fiesta importante. El Aid Fitr se celebra el primer día del mes siguiente al Ramadán,  el shawwal. También para los niños es una bonita fiesta según Maryam. Ese día, sus hijos, se levantan sobre las cinco, rezan con su padre y tras ese primer rezo de la mañana, el Fajr, suben a casa de la abuela a reunirse con sus tíos y primos, que permanecen despiertos toda la noche. Los niños se visten con ropa nueva, y en un momento determinado, sus tías los obsequian con dinero o regalos. “Es un gran día para ellos. En España lo celebramos pero, de forma diferente. Mis hermanas y mis cuñados trabajan y la celebración se reduce a una comida especial, generalmente fuera de casa. No es lo mismo. Quizás el próximo año nos quedemos en Jeddah a pasar el Ramadán, primero por los niños, para que tengan ese día de fiesta, y segundo, porque en España es duro hacer el ayuno durante todo un mes porque el ritmo de vida es distinto. En Jeddah puedes dormir durante gran parte del día y pasar la noche despierto con la familia. En España no, es más duro”.    

       Cualquier cosa puede hablar de la persona a la que pertenece pero, el salón de Maryam, donde me recibe con toda clase de atenciones, es especialmente expresivo, incluso se podría decir que es elocuente. El tamaño es irrelevante, ni grande ni pequeño,  pero el ambiente y el contenido crean una atmósfera como de indolencia, caduca, como si la estética hubiese dejado de importarle, o nunca le hubiese importado. Hay objetos que tienen su función, otros, que hace tiempo que dejaron de tenerla, y la mayoría parecen estar en la misma posición en la que quedaron el primer día que llegaron allí. Frente a mi hay un arbolito seco de algo más de un metro de altura sujeto en la tierra seca de su maceta. Un poco más al fondo, unos pájaros en sus jaulas cantan un bonito canto que ayuda a sentir que el tiempo está parado en aquel salón. Y paradójicamente es el canto de los pájaros lo que te une a la realidad, lo que te recuerda que saliendo a la calle, la vida sigue. La sensación de inmovilidad es, no obstante, relajante. Todo ello me hace pensar que Maryam debe ser una persona fiel a sus ideas y a sus decisiones, que sabe lo que quiere y permanece sujeta a ello aunque tenga que pagar un precio elevado. Pero eso, con certeza, solo lo sabe ella. 


JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO