sábado, 8 de octubre de 2016

MARYAM_2. ÚLTIMA PARTE.

 Maryam se casó y fue a vivir a una casa al lado de sus suegros, en el mismo bloque de pisos donde también residen sus cuñados. “Yo no quería,  pero mi marido dijo: ¿para qué pagar una renta si tenemos una casa? Probamos y si no te gusta,  nos mudamos. Aquí llevo doce años”.
    Al principio fue difícil vivir tan cerca de la familia. Según Maryam la dificultad estaba en que tanto sus suegros como sus cuñados tienen costumbres distintas a ella y a su marido.  Ellos trabajan, el marido, arquitecto, con un horario de oficina, y ella, en aquellos años hacía traducciones para varias webs y revistas. Eso les hacía tener horarios distintos a los de su familia política. “Mis suegros me visitaban a las doce de la noche y se quedaban hasta las tres, las cuatro de la madrugada. Yo no podía hacer eso. Pensaban que no les quería. Y no era eso, simplemente tenía otra forma de vida. Nos íbamos pronto a la cama porque nos levantábamos temprano".  La familia política de Maryam acabó entendiendo que no se trataba de falta de afecto cuando, en una ocasión, la suegra cayó enferma y ella subía a cuidarla y a echarle una mano con la casa.
       Maryam dejó su trabajo al cabo de unos años, y de forma temporal, cuando se quedó embarazada. Tuvo un niño al que quería poner un nombre árabe pero los nombres que elegía la pareja para su futuro bebé se encontraban con un problema: la madre de Maryam era incapaz de pronunciarlos de forma correcta, así que no acababan de decidirse. Finalmente el nombre definitivo vino a través de un sueño: “una mañana mi marido despierta y me dice que había soñado que venía Elías. Me preguntó qué me parecía si le poníamos ese nombre de profeta. Yo dije: si. Me gusta y es fácil de pronunciar en árabe y en español. 
       Unos años después vino la niña. Y de nuevo, buscar un nombre tuvo un largo proceso. “Me gustaba Asma, que significa sublime, de alto rango. Pero una amiga de mi hermana, en Valencia, dijo: ¿asma?, eso es una enfermedad. Luego propuse Malak, que significa ángel, pero en España no pronuncian la k. También me gustaba Lana, y el pero de este nombre era que mi hermana queda con unas amigas a tejer y les resultaba algo cómico, poco serio, llamar a la niña como el material que utilizaban para hacer un jersey. Me decidí por Lina que en árabe significa suave, frágil y es común en Valencia como diminutivo de Adelina. Y le dije a mi familia: éste no me digáis que es raro porque allí tenéis a Lina Morgan, entre otras muchas linas”. 
     Maryam piensa que hizo lo correcto a la hora de optar por los nombres de sus hijos porque “está mal que una abuela no pueda nombrar a sus nietos. Los hijos de mi hermano tienen nombres árabes elegidos por su esposa y mi madre los nombra como puede, con palabras parecidas, pero nunca las exactas". 
    Los hijos de Maryam estudian en un colegio público de Jeddah porque para ella lo primero es el Islam y la lengua árabe, “y una cosa va con la otra. Tienes que conocer bien la lengua árabe para poder estudiar el Corán”. En el colegio también estudian inglés. Y con eso, según Maryam,  tienen lo fundamental para su educación. Después la completarán, piensa, con el alemán y el español. El alemán dice que lo aprenden poco a poco en casa de sus abuelos maternos porque entre ellos solo hablan esta lengua. Y el español, en la calle, cuando,  juegan con los chicos de la urbanización. Maryam y sus hijos,  pasan casi todas las vacaciones escolares en España, en casa de los abuelos. Allí juegan en la calle con sus vecinos, hacen excursiones al campo, practican deportes en el río. En Jeddah, el ocio es distinto: van a la playa con otras familias donde “los hombres preparan barbacoas. Ellos se ocupan de hacer la comida y de atender a los niños. Nosotras no hacemos nada porque cuando volvemos a casa somos nosotras quien bañamos a los niños y nos ocupamos de ellos”. Cuando pasan los meses de verano suelen cambiar la playa por el desierto. Preparan allí la comida, vuelan cometas, juegan con coches teledirigidos y se quedan hasta la noche para poder ver las estrellas. Para tener cierta intimidad llevan una pequeña jaima que les hace las funciones de wáter. 
En Jeddah, no hay difencia entre el ocio para niños y para mayores. Las posibilidades son escasas aunque Maryam asegure que esa parte la tiene cubierta.        
   

      A parte de sus salidas a la playa y al desierto,  se guarda las tardes de los lunes para quedar con sus amigas. “Si quiero salir por la noche mi marido se tiene que quedar en casa a cuidar de los niños”. Por eso, para evitar pedirle a su marido cada lunes que se quede con los niños, optó por hacer la reunión en su propia casa.  Cada una lleva un plato para la cena. Ahorran trabajo utilizando cubiertos y vajilla de plástico. Tres de ellas siempre son fijas, el resto va cuando puede. En general se reúnen unas siete u ocho aunque, a veces, han llegado a ser veinte. Demasiadas, según Maryam, para el espacio de su salón y para poder disfrutar de forma tranquila de las conversaciones. “Somos un grupo variopinto porque nos juntamos mujeres de muchas nacionalidades: saudíes, turcas, egipcias, sirias, norteamericanas…A veces tengo mucho trabajo para el día siguiente o estoy cansada pero, no cambio esos encuentros por nada del mundo:. me dan la vida, me recargan las pilas. Mi marido habla poco: puede estar a mi lado durante horas y sin decir una sola palabra”.
   Maryam tiene otra cita semanal, los jueves: “quiero que mis hijos jueguen con sus amigos fuera del cole porque así es como se hacen los amigos de verdad. Por eso planteé que un día a la semana las madres acompañásemos a los niños a comer a un lugar donde luego puedan jugar un buen rato. Y así lo hacemos desde hace ya dos años. Los lunes para mí y los jueves para mis hijos”. 
        
      Maryam piensa que sus hijos son tan felices en Jeddah como en Valencia. Y se siente contenta al contar que ellos tienen algo que ella y sus hermanos no tenían: relación con sus abuelos. “A mis abuelos españoles los veíamos una vez al año, y a mi abuela paterna la íbamos a ver los viernes Al Balad ( la zona vieja de Jeddah ) donde residía hasta que se mudó a Riad, pero para ella no éramos importantes porque mi madre era española y católica. A mi abuelo paterno no lo conocimos, mi padre solo tiene de él una foto, nada más”. La melancolía con la que Maryan dice esas palabras se convierte en evidente alegría cuando cuenta como sus hijos, al contrario que ella, son queridos por sus abuelos. La abuela valenciana espera a sus nietos con sus comidas preferidas, igual que su abuela saudí. En Arabia además, después de las vacaciones,  también les espera su padre que nunca viaja con ellos, según Maryam, por motivos de trabajo y porque en España no puede comunicarse ni en árabe ni en inglés. “Por eso después de dos meses en Valencia echan de menos a su padre y quieren volver”.  

      Maryam está orgullosa de que sus hijos conozcan y puedan desenvolverse en dos culturas distintas. “Mi madre, que es católica,  nunca nos llevó a una iglesia porque no sabía cómo podría reaccionar mi padre. Fue él quien un día nos hizo visitar la catedral de Valencia. Nos dijo que era como una mezquita: un sitio donde te reúnes con Dios, donde rezas y donde hay que guardar silencio. Lo mismo les digo yo a mis hijos”. Claro está que son lugares donde los creyentes se relacionan con su Dios, pero hay ciertas diferencias, la más evidente es que en las mezquitas los hombres y las mujeres rezan por separado: las mujeres están en una sala donde pueden oír y ver, en el mejor de los casos, a través de unas rendijas, pero no ser vistas. La sala de las mujeres suele estar en un primer piso al que acceden por un camino también separado, fuera de la vista. Y a las horas de los rezos, son las sandalias de los hombres las que se ven a las puertas de las mezquitas, no se ven los zapatos  de las mujeres. Ellas rezan en sus casas. La visita a la mezquita es también cosa de hombres, (como el brandy).  O sea, las mujeres se relacionan con Dios también de forma distinta a como lo hacen los hombres. Y, un mero observador de las formas, podría deducir que el rezo de una mujer vale menos.
(Las mujeres saudíes, en público, parecen ir diciendo: no quiero molestar. Hay situaciones, sin embargo, en las que sucede justo lo contrario. Por ejemplo, cuando están delante de la caja de una tienda para pagar: por lo general, les cuesta respetar la fila, el turno. Ponen sus artículos sobre la mesa como si estuvieran solas y se abren paso hasta el mostrador sin miramientos, caiga quien caiga por el camino. Creo que ir totalmente cubiertas bajo sus hábitos aumenta el descaro. Y me atrevería a decir que esa osadía, a veces, incluso insolencia, es directamente proporcional a la cantidad de rostro que llevan cubierto: es decir, las mujeres que, sobre las máscaras de la cara y sobre el pañuelo de su pelo, llevan otro pañuelo más cubriendo lo ya cubierto y hasta los ojos, lo más probable es que se te cuele a la hora de pagar).

     Maryam comenta otras diferencias entre Valencia y Jeddah que, aunque sean leves, le complican la vida en España. Por ejemplo, la comida. Para Maryam es importante que sus hijos sigan los preceptos del Islam, por supuesto también con la alimentación. “El verano pasado me dice mi hijo que había comido los fartons más buenos de su vida. Resultó que estaban hechos con manteca de cerco. No los podemos comer. Tampoco podemos tomar mantecados, ni ensaimadas, ni croissant . Antes los hacían con aceites vegetales y ahora todo lleva manteca de cerdo…..Mi hija me llegó a preguntar qué pasaba con el agua, si la podía beber”.
      Cuando estás fuera de casa una de las cosas que se suele echar de menos es la comida.  Y por eso Maryam cuando viaja a España dice que lleva unos cien kilos de artículos comestibles típicos de Arabia: especias para sopa, dátiles…..alimentos que, sobre todo, utiliza para la celebración del Ramadán. (Una Navidad sin turrón ni mazapán, no es lo mismo).  El último día de Ramadán es una fiesta importante. El Aid Fitr se celebra el primer día del mes siguiente al Ramadán,  el shawwal. También para los niños es una bonita fiesta según Maryam. Ese día, sus hijos, se levantan sobre las cinco, rezan con su padre y tras ese primer rezo de la mañana, el Fajr, suben a casa de la abuela a reunirse con sus tíos y primos, que permanecen despiertos toda la noche. Los niños se visten con ropa nueva, y en un momento determinado, sus tías los obsequian con dinero o regalos. “Es un gran día para ellos. En España lo celebramos pero, de forma diferente. Mis hermanas y mis cuñados trabajan y la celebración se reduce a una comida especial, generalmente fuera de casa. No es lo mismo. Quizás el próximo año nos quedemos en Jeddah a pasar el Ramadán, primero por los niños, para que tengan ese día de fiesta, y segundo, porque en España es duro hacer el ayuno durante todo un mes porque el ritmo de vida es distinto. En Jeddah puedes dormir durante gran parte del día y pasar la noche despierto con la familia. En España no, es más duro”.    

       Cualquier cosa puede hablar de la persona a la que pertenece pero, el salón de Maryam, donde me recibe con toda clase de atenciones, es especialmente expresivo, incluso se podría decir que es elocuente. El tamaño es irrelevante, ni grande ni pequeño,  pero el ambiente y el contenido crean una atmósfera como de indolencia, caduca, como si la estética hubiese dejado de importarle, o nunca le hubiese importado. Hay objetos que tienen su función, otros, que hace tiempo que dejaron de tenerla, y la mayoría parecen estar en la misma posición en la que quedaron el primer día que llegaron allí. Frente a mi hay un arbolito seco de algo más de un metro de altura sujeto en la tierra seca de su maceta. Un poco más al fondo, unos pájaros en sus jaulas cantan un bonito canto que ayuda a sentir que el tiempo está parado en aquel salón. Y paradójicamente es el canto de los pájaros lo que te une a la realidad, lo que te recuerda que saliendo a la calle, la vida sigue. La sensación de inmovilidad es, no obstante, relajante. Todo ello me hace pensar que Maryam debe ser una persona fiel a sus ideas y a sus decisiones, que sabe lo que quiere y permanece sujeta a ello aunque tenga que pagar un precio elevado. Pero eso, con certeza, solo lo sabe ella. 


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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO