sábado, 8 de octubre de 2016

DANYA_8

“Tenía que buscar marido para completar mi dÎn”, dice Danya.  La palabra árabe “dîn” encierra un concepto amplio que, simplificándolo mucho, podríamos traducir como vía, senda, camino; Islâm significa sumisión y Dîn sería el modo y la trayectoria que hay que seguir hacía Allah, hacia Dios. Es decir, que para ser un buen musulmán hay que seguir el din, y en esa ruta está el matrimonio. 
         El primer candidato a marido que tuvo Danya le puso como condición para contraer matrimonio que no usara hiyab. Puede que algunos estén de acuerdo con esto, pero negarle algo así a una musulmana, es como prohibirle a un torero que no use montera, no tiene sentido. Lo cierto es que no tiene sentido negar nada a nadie, como si quiere andar con un bigote rosa. Si en tu primera cita te dicen que, si la relación sigue adelante, tendrás que dejarte las uñas largas y pintarlas de rojo, si te dicen algo así, evidentemente la relación no seguirá adelante por muy desajustada que ande tu cabeza.    
      El segundo pretendiente lejos de pecar de estupidez pecó de insensatez: pidió a Danya que dejara a su hijo, un niño que cuidaba ella sola, con la única ayuda de su familia, para ser más concretos, con la ayuda de su madre. A la hora de contar este momento, Danya deja escapar la vena dramática de las telenovelas mejicanas y dice: “¡como mejicana, antes que mujer soy madre!”. Y con esta frase lo explica todo: su hijo es lo primero y por nada del mundo prescindiría de él. Parece un gesto natural pero aun así es una actitud digna de alabar. A veces, hacer lo correcto se presenta difícil y es necesario un poquito de sentido común y fuerza de carácter para mantener las prioridades, para evitar que caigan por el camino. Danya lo tenía claro.  
      Después de unas cuantas experiencias infructuosas, Danya sabe de un amigo del marido de una amiga que también estaba buscando esposa. Lo llama un martes y quedan para el jueves. Danya habla de este encuentro con una sonrisa más pronunciada de lo habitual. Cuenta que le explicó que quería un marido para cumplir así con la ley divina, la Sharia, y para que le ayudase a criar a su hijo en el Islam. Por su parte, él le comunicó que su intención era encontrar una mujer que le acompañara en la vida, que fuera su apoyo. Y le adelantó que cada año dedicaba un mes a predicar. Esto significaba que durante algunos días estaría fuera de casa, en pueblos pequeños, en comunidades fuera de la ciudad, a las que acudía para revelarles las enseñanzas de El Corán. Se trata de lugares donde el Islam se transmite de padres a hijos por falta de escuelas, de infraestructuras en general. “Eso va a ser siempre así. No quiero que con el paso del tiempo pongas inconvenientes”. Dice Danya que le pareció bien, y le contestó: “eso es una cosa entre Dios y tú, no pondré objeción”.  Aclarado este punto, pasaron al siguiente. Él quiso saber si cuando terminara sus estudios, ella estaría dispuesta a irse a vivir a su país, a Arabia Saudí. Danya respondió que en Méjico cuando una mujer se casa pertenece a su marido y va donde él vaya. Y él, añadió: “en el Islam una mujer no pertenece a su marido. Y si tu marido te pide algo que va contra la Sharia no tienes por qué hacerlo”. A Danya le gustaba lo que escuchaba. Dice que era muy comprensivo, un religioso muy bueno. Y añade que ahora es…..diferente.

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