sábado, 8 de octubre de 2016

DANYA_6

 La conversación con el predicador sirvió para que Danya se convenciera de algunos principios del Islam: solo hay un Dios, Jesús es un profeta pero, no el hijo de Dios,  y Mahoma es el último mensajero. ¿Crees en estas premisas?, le preguntó el religioso. Y Danya asintió. Entonces, le pidió que repitiera estas palabras:  

                                                                                                                                                                                      


 Esto significa:  “Juro que no hay más Dios que Aláh y que Mahoma es su profeta”.
      Y dicho ésto añadió el predicador: “ya eres musulmana”. Danya se sobrecogió, quedó sorprendida. No lo esperaba. Era demasiado pronto y no se sentía preparada. Sus intenciones eran saber más, tener más información y después decidir. Creía que sería poquito a poco pero sucedió de repente, sin tiempo para pensar ni replantearse si realmente estaba haciendo lo que quería. Dice Danya que cuando ella pronunció esas palabras, “juro que no hay más Dios que Aláh y que Mahoma es su profeta”, sintió un enorme peso en su espalda, como si un bloque de hielo le hubiese caído de golpe sobre los hombros.   
                  Lo que si se produjo poquito a poco fue su transformación personal y física. “Nunca me presionaron para que cambiara mi ropa. Ni siquiera la primera vez que entré a la mezquita sentí que me mirasen mal, y eso que no iba de forma correcta para las normas del Islam, sobre todo por mi falda que era muy entallada. Creo que ese trato fue definitivo. Si me encuentro con gente que, desde el principio, me dicen que me tape, que me ponga el Hiyab, que use vestidos largos y amplios, es muy probable que no me hubiese convertido”. Pero todo fue muy despacio, según Danya, sin imposiciones, simplemente, con el paso del tiempo, le iban sugiriendo que usara Hiyab también en la calle ( al principio solo lo usaba en la mezquita), que sustituyera los pantalones por faldas, las faldas por vestidos largos, las blusas por chaquetas amplias y largas que cubrieran el pompis, etc.  
               “Mi padre estaba encantado con mi cambio de look”. Dice Danya que era un hombre muy estricto y, a veces, no aprobaba su forma de vestir. “Yo era de las que salía de casa vestida como mojigata y me ponía la falda más corta en casa de una amiga para evitar problemas con él”. Su madre sin embargo, pensaba de forma distinta. En su opinión nunca encontraría marido porque con esa nueva ropa de musulmana no se dejaba ver. Y de la misma forma pensaba su hermana que, si bien no hacía juicios sobre las nuevas ideas de Danya, si rechazaba esa estética cerrada y poco favorecedora para la mujer. Aunque en este punto hay que aclarar que no se trata de falta de coquetería ni de ganas de estar guapa. La diferencia está en que, las mujeres de cultura occidental, se arreglan y destacan lo mejor de ellas puertas afuera, y las mujeres musulmanas lo hacen puertas adentro. 
               Su transformación personal, el cambio a una religión que te obliga a seguir unas normas y unos preceptos, también fue lento. Danya iba todas las semanas a la mezquita a estudiar las enseñanzas de El Corán y a aprender a orar. Y a lo largo de esta instrucción también supo de reglas del catolicismo (su anterior credo) que hasta ahora ignoraba. “Yo desconocía que mantener relaciones antes del matrimonio era pecado en el catolicismo. Cuando lo supe le pregunté a mi madre y ella me dijo: hija, yo sabía que estaba mal pero, ¿pecado? Mi madre tampoco sabía que era pecado”.  En los países católicos, la mayoría no recibe una instrucción religiosa tan asidua y rígida como en los musulmanes, pero es normal que la cultura y la religión se confundan, se mezclen con frecuencia: las normas sociales pasan a ser reglas religiosas y viceversa. Por eso Danya asegura que ella sabía que tener relaciones antes del matrimonio estaba socialmente mal visto y que quien lo hace se expone a las críticas y habladurías del vecino. Pero ¿pecado?

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