sábado, 8 de octubre de 2016

DANYA_10.

Dos encuentros y dos o tres llamadas telefónicas, eso fue todo el contacto que la pareja tuvo antes de casarse. Cuando Danya aceptó la boda, él le propuso celebrar la ceremonia al siguiente viernes. “Pensé que nos conoceríamos un poco más, que al menos tardaríamos unos tres meses en formalizar la relación. Pero cuando me dijo que el próximo viernes me quedé sorprendida”. Danya le propuso dejar a su hijo con la abuela con la intención de estar más tranquilos durante la ceremonia. Él le contestó que de ninguna manera. Que el niño debía estar con ellos, que tenía que asistir a la boda porque era lo correcto pero también porque así sería la tercera persona, la que impide la presencia de Shaitán, el demonio, que aparece, entre otras ocasiones,  cuando un hombre y una mujer están juntos. En la teología islámica, se considera que ese personaje “susurra en los corazones de hombres y mujeres, exhortándoles  a cometer pecado”. 
   Se casaron en la casa del prometido por el rito de El Islam. Todo fue tan rápido que no hubo tiempo de pensar en formas, ni en detalles. Se celebró la boda “y me besó en la frente. No me miró el cabello”. Después,  ahora si, llevaron al niño a casa de la hermana de Danya y ellos se fueron a un hotel para “conocerse un poco mejor”. 
   Había un asunto pendiente: él quería que Danya y su hijo se trasladasen inmediatamente a la casa. Danya tenía que arreglar su marcha con sus caseros. Para acelerar la mudanza, su ya marido, le adelantó el dinero que Danya necesitaba para cerrar sus cuentas y en pocos días se cambió de casa. 
  Así empezó Danya un periodo de su vida que continúa hasta ahora, diez años después. 
     Cuando el marido de Danya terminó sus estudios de ingeniería electrónica se trasladaron a Egipto donde permanecieron hasta que Danya y su hijo tuvieron los papeles en regla, la documentación que les permitirían vivir legalmente en Arabia. En esa decisión intervino su suegro, “un hombre muy recto”, según Danya. “Él dijo a mi marido que si me iba a traer lo tenía que hacer bien”. En Egipto recibieron la visita de los suegros, querían conocer a la persona con la que se había casado su hijo. Danya no podía dejar de pensar que para los saudíes las mujeres americanas son “demasiado liberales”. Le pesaba esa idea. El primer contacto físico que hubo entre ellos fue el beso que su marido le dio en la frente al terminar la ceremonia en la que contrajeron matrimonio. Antes de la boda no hubo tiempo ni de un mínimo noviazgo, menos para que despertara deseo entre ellos. Sin ocasión no hay pecado. Pero eso lo sabía la pareja, los suegros ¿qué pensarían? Ellos, seguro que se pondrían en lo peor. Pero, ¿qué podría hacer? Danya comprendía que sus suegros pudiesen tener esas ideas, que creyesen que en San Diego habrían llevado una vida, cuanto menos, activa sexualmente porque “es frecuente que allí los saudíes consideren que cómo las chicas no son musulmanas ellos no incumplen las normas del Islam. Es más, los más escrupulosos con su religión se casan para tener sexo y luego se divorcian”. Ni de lejos había sido su caso.

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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO