jueves, 18 de agosto de 2016

MARÍA DE LA O_17. ÚLTIMA PARTE.

    Los años vividos en Jeddah fueron años de estabilidad. Por eso la muerte de su marido, inesperada y pronta, rompió el tiempo. Cuando, unos días después de aquella fractura, se sentó y reflexionó sobre su nueva situación, decidió cerrar la casa de Jeddah y establecerse en Salamanca. En la ciudad española es socia de la Biblioteca Casa de las Conchas porque le gusta leer, también le complace pasear, salir a la calle y caminar hacia donde le apetezca; con frecuencia su destino es la Plaza Mayor donde se sienta en una de sus terrazas a tomar café. Y de vez en cuando viaja a algún sitio con playa. Esa libertad de movimiento es inexistente en Jeddah. En la ciudad saudí el clima y el paisaje hacen imposible, o dificultoso, caminar por la calle. Aunque desde el 2013, sin embargo, está la Corniche, un paseo marítimo que la población utiliza, como no puede ser de otra manera, por la noche. Las vistas que ofrece de la ciudad y del Mar Rojo, son cuanto menos agradables. Y es innegable el atractivo que la noche ofrece desde la Corniche de la Fuente del Rey Fahd.  
   Cuando muere el marido de O, sus hijos ya tienen su propia vida, o están a punto de tenerla, como es el caso de la hija pequeña, con lo cual también se tendrá que ir de casa en breve. Así las cosas, ¿qué puede retener a O en Jeddah? 
   Se traslada al piso de Salamanca. Su marido había fallecido en diciembre. Meses después, un día de primavera, se reúnen hijos, mujeres, maridos y amigos y organizan una comida en el chalé donde O y su marido pasarían su jubilación, si el destino no hubiese decidido otra cosa. Cuenta O que estaban poniendo la mesa para comer cuando el perro, guardián del chalé, empezó a ponerse nervioso, a ladrar y moverse sin sentido aparente. Pensaron que quizás había visto algo o a alguien por los alrededores,  así que los hijos y el yerno de O  se lo llevaron a comprobar si había algún desconocido dentro de la finca. O subió al piso de arriba de la casa y desde la ventana de su dormitorio vigilaba los movimientos de sus hijos y del perro. En eso estaba cuando escuchó lo que le pareció la voz de su marido fallecido, llamándola: ¡Ooooo! ¡Oooooo!  “Era la misma voz de hacía unos meses cuando gritaba mi nombre para que saliera a ver lo hermosas que estaban las manzanas”. Cuando O se desprendió de su ensimismamiento preguntó a su hija: “¿alguien me ha llamado? Y la hija afirmó que si, que la habían llamado, que habría sido alguno de sus hijos.  Ellos aseguraron que en ningún momento habían pronunciado su nombre, y puntualizaron que en caso de haberla nombrado, lo hubiese hecho diciendo mamá y no por su nombre de pila. La inspección por los alrededores del chalé fue infructuosa y dejaron el tema.
   Pero O no olvida la historia: “sentí que era la voz de mi marido, la misma voz y la misma forma de decir mi nombre. A veces creo que esas palabras se quedaron grabadas en algún lugar entre las ramas de los árboles. Desde entonces tengo miedo a pasar la noche sola en aquella casa. Digo que es por si me pasa algo en medio de la noche”. 
    Cuando piensa en su marido, O siente felicidad por el buen tiempo que pasaron juntos, añoranza de los buenos momentos, tristeza porque se fue para siempre, pesadumbre por los malos ratos que acaso se pudieron evitar. En fin, un manojo de sentimientos difícil de digerir de una vez. Quizás si pudiera acercarse hasta su tumba y depositar un ramo de flores, quizás sería más fácil darle las gracias por todo lo bueno que hicieron juntos y pedirle perdón por las equivocaciones. Pero O no puede visitar la tumba de su marido porque en Arabia Saudí las mujeres tienen prohibido entrar en el cementerio.


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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO