jueves, 18 de agosto de 2016

LEILA_ 10

    Es costumbre, aún hoy, que después de dar a luz, la futura mamá se traslade a casa de sus padres. Como Leila no tenía allí a sus padres, estuvo en su casa, en Jeddah hasta el momento del parto. Fue en el hospital Busan de esa ciudad, donde, ayudada por una epidural que en 1989 le costó mil reales, Leila trajo al mundo a su primera hija. Después se mudó a casa de los suegros. 
    Un hijo es una bendición, un milagro que se produce millones de veces al día y en todos los lugares, y aún así, sigue mereciendo el nombre de milagro. Para Leila también fue una bendición el hecho de que fuera niña y no niño porque, en el mundo islámico se practica la circuncisión, esto es cortar una porción del prepucio del pene que cubre el glande. A Leila le angustiaba pensar que tendría que curar continuamente la herida del bebé, en que le produciría fiebre, que lloraría, un sinfín de inconvenientes que desaparecieron por el hecho de ser niña.
     La pequeña pesó 2 kilos y 900 gramos y Leila "la miraba alucinada. Me sentía  feliz”.  Siguiendo la tradición, la suegra de Leila instaló en el salón la cama donde la mamá guardaría reposo durante 40 días. Allí, sin levantarse, tendría que recibir a las visitas. Mientras, su suegra se encargaba de cambiar los pañales a la bebé, bañarla, curarle el corte del cordón umbilical….Y allí, en su cama, en medio del salón, la animaban a comer según la costumbre: grandes cantidades de miel, zumo, caldo de cordero.  La cuarentena es tan sagrada “para la buena recuperación de la mamá “ que ni siquiera permitieron a Leila ir a la fiesta de compromiso de su cuñado que se celebró un mes después del parto. Le fataban aun diez días para cumplir con la cuarentena. 
   Pero, como todo tiene un fin aunque a veces no lo parezca, la cuarentena acabó y Leila regreso con su marido y su hija a casa. El hecho de estar en otra ciudad distinta a la de su familia permitió saltarse otra costumbre saudí con respecto a los recién nacidos: su presentación, una fiesta a modo de “baby shower” americano. A quien si la presentó, por supuesto con muchas ganas, fue a su familia en España. Cuando la pequeña tenía 6 meses viajó con ella hasta Santiago. 
    A Leila se le humedecen los ojos de lágrimas cuando recuerda ese momento, el instante en el que ella, cargada con sus maletas y su bebé en brazos, identificó entre la gente del aeropuerto de Santiago, la figura de su padre. Dice emocionada que su padre corrió hacia ella y la abrazó, agarró a la bebé, la besó innumerables veces y no la soltó en toda su estancia más que cuando era absolutamente imprescindible.
     Los padres de Leila vieron en esa ocasión que su hija estaba contenta, que las cosas le iban bien y en ellos se despejó la gran cantidad de dudas, de miedos que hasta entonces albergaban en su corazón. Era su primer nieto. “Feliña, Feliña, mira, una nietita”, le repetía una y otra vez el padre de Leila a su mujer. De camino a casa, el padre conducía, la abuela llevaba delante a la bebé en su regazo. Leila, detrás. El padre a cada segundo apartaba la vista de la carretera para mirar a la pequeña.  “Casi tenemos un accidente”, dice Leila, pero la emoción del reencuentro y de conocer a su nieta era tan alta que solo el tiempo podía calmarla.

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