jueves, 18 de agosto de 2016

DIANA_5

 Diana pasaba las vacaciones en Jeddah. En Salamanca estaban sus tres hermanos, en Jeddah sus padres y su novio. La pareja vivía el momento de estar cada uno en una ciudad con resignación, con toda la paciencia de que eran capaces y con una meta muy marcada: en el momento en que ella terminara sus estudios, volvería a Jeddah y se casarían, estarían por fin juntos. Tendrían que esperar cinco años. Ese tiempo se presentaba largo y cuesta arriba. No quedaba más remedio que armarse de humildad y asumir las circunstancias. Y cuando todo parecía que rodaba bien, que seguía su marcha según lo previsto, el destino habló. 
    Diana cursaba su segundo año de carrera. Un día a las siete de la mañana suena el teléfono. Diana, ya despierta porque tenía que ir a hacer unas prácticas relacionadas con sus estudios, responde. Una amiga de su madre, que llama desde Jeddah, le dice que quiere hablar con su hermano mayor. Diana piensa que esas llamadas tan tempranas suelen ser portadoras de malas noticias pero, sin darle más vueltas despierta a su hermano. Y él recibe el mensaje: tienen que viajar inmediatamente a Jeddah porque su padre ha ingresado en el hospital con un aneurisma cerebral. Se marcharon y, varias horas después,  cuando llegaron a la ciudad saudí, encontraron a su padre en una camilla, tapado con ropa blanca de hospital y con un diagnóstico que decía: muerte cerebral. Unos días después se certificaba su muerte.
    Diana es incapaz de sostener las lágrimas cuando recuerda a su padre, “el mejor padre del mundo, el más bueno y el más cariñoso de los padres”. Ella solo tenía 19 años. Todavía lo necesitaba; aún tenía que verla graduarse, incluso tenía que acompañarla el día de su boda. ¿Qué pasa con todo eso? ¿Cómo se puede hacer sin él, sin su apoyo, sin su compañía? Ahora que ha pasado el tiempo, que sus necesidades son otras,  piensa en la pena de que sus hijos no le hayan conocido porque "hubiese sido el mejor abuelo del mundo".   

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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO