jueves, 18 de agosto de 2016

MARÍA DE LA O_2

   Eran los últimos años de los sesenta. Nuestro país estaba experimentando el “milagro económico español”. El gobierno de Franco había dado el visto bueno a unos planes de desarrollo diseñados por una nueva clase de políticos, que impulsaron fuertemente la economía. España empezó a formar parte del grupo de países industrializados, se abrió al turismo masivo, desarrolló una clase media, nació la sociedad de consumo (la televisión y el 600 se hicieron populares), aumentó la facilidad para moverse y para acceder a la información, y todo esto,  trajo un cambio de mentalidad. Estamos hablando de los años en los que la iglesia católica empezaba a sentir que perdía influencia en la sociedad, que las relaciones sociales y sexuales comenzaban a ser distintas y que llegaban modas y hábitos de otros países que aceptábamos con complacencia. 
     Este era el momento que estaba viviendo España cuando O conoce a un chico de origen palestino que estudia farmacia en Salamanca. Le gusta. Y recuerda que tuvo algún problema de celos porque otro joven estudiante, éste de origen libanés, andaba también detrás de ella. Se trata de un recuerdo vago. O tenía claro a quien quería así que se lo presentó a sus padres que lo vieron, en principio, con buenos ojos porque “era educado y muy guapo”. 
   Se casaron, por la Iglesia,  porque en España, era imposible de otra manera, aunque las cosas estuvieran empezando a cambiar. Dice O que, para la boda, necesitó un permiso especial del obispado porque el novio era musulmán. Pidió el permiso, se lo dieron y en ese mismo encuentro el cura le advirtió de que su novio podría casarse con otra, u otras mujeres, en el futuro,  y le insistió en que pensara bien lo que estaba haciendo. La boda se llevó a cabo sin dudas, al menos por parte de O.  
   Pusieron su casa de recién casados y después, vino al mundo una hija del matrimonio. Dos años más tarde deciden mudarse a Jerusalén donde reside toda su familia política.

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