jueves, 18 de agosto de 2016

MARÍA DE LA O_3

  La pareja cierra su casa de Salamanca,  y con su bebé de seis meses, se marchan a la capital de Israel. “Nos recibieron con los brazos abiertos. Me habían preparado un armario lleno de vestidos y joyas de oro". 
     El suegro, dueño de distintos negocios, también contaba entre sus propiedades con varios edificios, uno lo ocupaba la familia, los otros los tenía alquilados, a cristianos. ¿Por qué a cristianos?, probablemente porque para un musulmán es más fácil exigir la renta a un cristiano, tanto por cultura como por preceptos religiosos. Esto es: por cultura porque un cristiano sacará el dinero de donde sea para pagar, la renta de la casa es lo primero; y por religión porque un musulmán debe ser condescendiente con otro musulmán y echar una mano si está en apuros económicos. Al menos eso es lo que sugiere, perspicazmente O.
      Sea como sea, el caso es que a pesar de que a los suegros le sobraban casas, la pareja se instaló con ellos. Otra opción era impensable para la familia política de O. “Mi marido era el hijo mayor y tenía que vivir con sus padres, en la misma casa”. Aunque la cultura y las costumbres sean poderosas, siempre hay otras razones, quizás menos visibles pero igual de decisivas. O, cree que su suegra deseaba, ante todo, tener cerca a su hijo mayor. Era el sentido de su vida aunque lo justificase como una costumbre que había que continuar, porque “así ha sido siempre”, frase con la que se justifican todas las costumbres en todas partes. Tenía otros ocho hijos pero ninguno le hacía latir el corazón como su hijo mayor, el marido de O. Y lo decía abiertamente ante todos, sin temor a que el resto de sus hijos pudiesen sentirse de menos.
     Aquella mujer era guapa y joven, se casó con quince años. Tenía los ojos negros y abundante pelo negro rizado, y dice O,  que le recordaba a “La Faraona”, a Lola Flores, por su físico, porque tenía "la misma cara, la misma nariz", pero también, "el mismo temple" y la misma mirada intensa y desconcertante, una de esas miradas de la que se dice que “lanzan cuchillos”. Con el tiempo,  O llegó a descodificar lo que esos ojos albergaban: “CELOS”, así con mayúsculas.  “Sentía celos si mi marido venía de trabajar y me besaba la mejilla, sentía celos si besaba a la bebé. Sentía celos hasta del abuelo, el padre de mi suegro, que también vivía con nosotros. El hombre me pedía leche y si no había yo bajaba a comprarla. Me pedía sopa, cosas blanditas porque tenía mal la dentadura, y yo, si no había se la hacía con gusto”. La suegra de O murmuraba entre dientes “si fuera para mí, no bajaría tan rápido a comprar leche. Si fuera para mí esa sopa la haría con menos gusto” ¿Cómo luchar contra los celos? De ninguna manera. Son tan irracionales que hagas lo que hagas será motivo de celos para un celoso que no es más que un egoísta mal enfocado. Así que a O solo le quedaba resignación, practicar la paciencia con convencimiento, con determinación, es la única forma de sobrellevar diariamente la compañía de una suegra celosa.  

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