jueves, 18 de agosto de 2016

DIANA_2

     Todavía era una adolescente con sueños de niña, con su vestido de colegio y sus calcetines cortos, cuando empezó a notar que su vecino, un chico que vivía en el edificio de enfrente, la había descubierto. Él, que para ella ya era mayor, tenía veinte años, había visto a la verdadera Diana, había sido capaz de despojarla de su imagen de niña y advertir a la persona que había en el interior. Realmente, muchos de nosotros, cuando notamos que gustamos a alguien de forma especial, nos sentimos revelados, como si hasta entonces solo hubiésemos sido el negativo de un carrete fotográfico, como si fuéramos un cuadro en blanco y negro y,  solo esa persona, como por arte de magia, hace surgir el color en nosotros. Y si tienes quince años, todos sabemos que esos sentimientos son los mismos pero multiplicados por mil.  
      Sin hablar, sin ponerse de acuerdo previamente, solo siguiendo el dictado de la intuición y atendiendo a los mensajes corporales, subieron a las terrazas de sus respectivas casas en un intento de materializar o confirmar todas aquellas miradas, gestos y actitudes. Él, desde allí le tiró un papel con su número de teléfono. El papel pesaba poco y no llegó hasta Diana. Después volvió a escribir el número en un nuevo papel y lo prendió con una pinza de la ropa. Así llegó hasta la terraza de Diana. Hablaron por teléfono. Se gustaron. Y siguieron mirándose desde las alturas algunas veces más.
    Una tarde la madre de Diana cayó en la cuenta de que su hija, en ocasiones acompañada de una amiga, subía a la azotea previo paso por el aseo de donde salía bien peinada y con brillo en los labios. La actitud de Diana levantó sus sospechas y decidió comprobar lo que pasaba. Y efectivamente, cuando subió a otear los movimientos de su hija, alcanzó a ver como un joven, en el solario del edificio de enfrente, se agachaba en un intento de esconderse de su mirada, al verse descubierto. Fueron pillados in fraganti, y aunque estaban a varios metros de distancia, es lo más cerca que un hombre y una mujer, sin estar casados, pueden estar en aquel país.
    El pequeño secreto de Diana se había destapado. “Mi padre me dijo que a mi edad mi única ocupación debían ser mis estudios y que era demasiado joven para pensar en una relación. Y me recordó todas las normas sociales de Arabia que son muy estrictas con estas cosas”. Diana compartía las advertencias de su padre. Estaba totalmente de acuerdo con sus consejos y sus intenciones estaban lejos de defraudarlo. Pero, ¿qué habría de malo en dar otro paso más?  

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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO