jueves, 18 de agosto de 2016

LEILA_ 7

Si había una palabra que el marido de Leila conocía bien en español esa era, casa. Con ella advertía y explicaba a Leila en qué consistía la vida de una mujer en Arabia Saudí. “Que me importa. Yo solo quiero estar contigo".  Ese deseo estaba por encima de todas las advertencias, consejos , comentarios o informaciones que cualquiera le pudiera dar sobre la vida de la mujer en aquel país asiático. 
   Leila dejó a su madre en cama con una depresión que tardó un año en superar, y a su padre en píe, pero igual de triste. Subió a un avión rumbo a Jeddah. Se vistió como pensaba que sería adecuado: un vestido beige abotonado delante y de tres cuartos de largo, un guardapolvos azul marino y el velo que su abuela usaba cuando iba a misa lo llevaba en su bolso de mano, por si acaso. En el avión podía sentir cómo el corazón se le había partido en dos. Con ella volaba un equipo brasileño de futbol. Leila que habla portugués, entendía las continuas bromas de los chicos. Pero esto no hacía más que aumentar su tristeza y nerviosismo. Llegan a Jeddah, recoge sus maletas y se coloca en la fila de los extranjeros que quieren entrar al país. El funcionario hace su trabajo con los que están delante, y mientras, Leila mira a su alrededor asombrada: la estética de la gente es extraña, los hombres visten de blanco, las mujeres de negro y hay mucha gente. Leila empieza a sentir "pánico": su frente suda, sus manos tiemblan, un escalofrío le recorre todo el cuerpo y se siente aturdida e inestable. Lo supera pensando en todo lo que ha esperado y en todo lo que ha pasado hasta llegar a este momento: “ ya está , llegó, ¿qué puede pasar? Si me va mal, cojo mis maletas y vuelvo a España”.
     Leila llevaba estos pensamientos en su mente cuando levantó la vista, y alcanzó a ver a su marido. No estaba completamente segura así que, con mucha cautela se fue acercando a él que, a su vez, se hacía paso entre la multitud para llegar hasta ella. Llevaba la ropa tradicional saudí:  thobe, un vestido largo y blanco,  ghutra, un pañuelo en la cabeza de cuadros rojos y blancos y el agal, un aro negro que sostiene el pañuelo sobre la cabeza. Nunca hasta ahora lo había visto vestido así. La impresión fue fuerte. ¿Que otras cosas nuevas podría ver en su marido ? Ahora estaba en su terreno. Se sentía vulnerable. Pero, no era el momento de pensar en todo eso.
     Fueron a casa de su cuñada. Allí conoció a parte de la familia. Cenaron pollo AlBaik , la más popular cadena de comida rápida en Jeddah y todo un símbolo nacional ya por entonces. Su traje estrecho le impedía sentarse de forma cómoda en el suelo. Además, en ese momento echa de menos un cuchillo y un tenedor que facilite el acto de llevarse el pollo a la boca pero, ha pasado por tanto que aquellas incomodidades le parecen pura anécdota. Tras la cena, y cuando ya se disponían a viajar a Meca, la cuñada puso en sus manos una abaya, el típico vestido de las mujeres en Arabia, esto es un traje negro y ancho que tapa todo el cuerpo y cuyo fin es disimular, esconder la figura femenina. Leila se vistió la abaya y subió al coche en dirección a Meca, los ochenta kilómetros que separan esta ciudad de donde estaban, de Jeddah, le parecieron mil. Era consecuencia del cansancio y la tensión acumulada durante todo el día, un día en el que había dado la vuelta a su vida. En Meca residirían durante tres meses.

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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO