jueves, 18 de agosto de 2016

MARÍA DE LA O_4

   Dice O que cuando llegó a Jerusalén, su obsesión por la limpieza debía estar en su estado más álgido. También tendría que ver que era joven y su energía estaba intacta o, simplemente, se trataba de una forma de ser o de una costumbre inculcada por su madre, que como muchas madres españolas, han pasado horas y horas sacando lustre a partes de la casa que, otras españolas y todo el resto de europeas,  ni repararían en que se podían limpiar.  O dedicaba mucho tiempo a la limpieza de su casa e incluso prolongó su actividad a la calle, a la calle donde vivía: O agarró una manguera, puso una escoba en las manos de sus acompañantes guardianas: cuñadas, sobrinas, etc y dejaron la calle como una patena. La idea logró sacar una sonrisa a su familia y a los vecinos que miraban asombrados.   
      Salvo alguna anécdota como la del párrafo de arriba, O dice que, en general se sentía muy presionada. Su familia política era un clan en vigilancia permanente, un peso agobiante al final del día: “hasta cuando salía a la calle a pasear a mi hija en el cochecito, venía alguien de la familia conmigo”. Esto y los celos de su suegra eran los contras de su vida en Jerusalén; a su favor tenía todo lo material que se pueda desear y el amor de su marido. Con estas pesas, la balanza se inclina un día para un lado y al día siguiente se echaba para el lado opuesto. Hasta el momento, en su báscula pesaba más el amor de su marido. Pero, todo cambia, las circunstancias se mueven y un factor aparentemente bondadoso dañó su bienestar, su estabilidad. Poco a poco le fue afectando de tal manera que llegó a dar pasos impensables.

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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO