jueves, 18 de agosto de 2016

VICKY_9

     Vicky rezaba pidiendo perdón cada vez que hablaba de la supuesta enfermedad de su madre. Y aunque, a veces, sentía el peso de la culpa por mentir, por ese gran engaño que había creado, el deseo de marcharse lo superaba todo. Y ese deseo se avivaba cuando veía que su hijo no se adaptaba; ver triste al pequeño era como un fuelle avivando el fuego. Vicky le susurraba al oído por la noche, en la cama: “ No te puedo sacar del cole. Pero se fuerte y dame tiempo que nos vamos a ir. Tu no digas nada, tu calladito y si tu abuela te dice que te quedes con ella, tu que no, que te vas con tu madre, ¿entendido?".  Y Vicky se emociona cuando recuerda la respuesta del pequeño: “ él, llorando me decía: si mami, lo vamos a hacer juntos". Y asegura que todo aquello, los malos ratos que pasaron, las noches que se abrazaban y se daban aliento el uno al otro,  les ha dejado a los dos una estrecha relación que no sabe bien como definir, simplemente atina a decir: “estamos bien, estoy muy bien con mi hijo”. 
     Ni siquiera había pasado un año desde que llegó a Riad cuando, con sus dos hijos, tal y como llegó, emprendió camino al aeropuerto donde embarcó en un avión camino a Nueva York. El viaje fue duro. La tensión de tantos días le estaba pasando factura. Empezaba a sentirse cansada. Cuenta Vicky que, además los sentaron junto a unas personas que fumaban y el viaje, también por eso le resultó extremadamente incómodo y largo. Había una circunstancia añadida por la que Vicky no soportaba el humo del tabaco: estaba embarazada de unos tres meses. 
     “Cuando aterrizamos y me vi fuera del avión, libre, besé el suelo”. Como el Papa. “ Mi madre que me esperaba en el aeropuerto, al vernos, lloraba y lloraba.  Fuimos en coche hasta casa, hasta Virginia. Allí estaba mi hija que también lloró al vernos". Cuando la tuvo delante, pensó en que la decisión de haberla dejado con la abuela había sido acertada, porque le había ahorrado un gran sufrimiento, un dolor que, seguramente, hubiese sido mayor que por el que había pasado su hijo, simplemente por el hecho de ser chica. Por el hecho de ser mujer tendría que haber seguido muchas más reglas, tendría que haberse tapado el pelo y vestir abaya, entre otras cosas. Tendría que haber ido a un colegio de chicas donde solo se habla árabe y donde hay muchas asignaturas relacionadas con el El Corán. "Menos mal que la dejé en casa". 
    El primer gran paso estaba dado pero a Vicky aún le quedaban algunos momentos decisivos por los que pasar porque, la vida cambia de un día para otro pero,  recolocarla lleva más tiempo. 
     Tres meses después de que Vicky y sus hijos llegasen a casa, el marido regresa a la que también fue su casa durante casi diez años. Quiere conocer personalmente la situación, quiere saber cómo está su mujer, si hay algo que él aun desconoce. En un principio, su intención era quedarse varios meses y arreglar su situación familiar, pero tras una dura discusión decide marcharse a Arabia pasadas dos semanas. Según Vicky, hablaron de todo lo que había pasado. Él le pedía explicaciones y ella le se las daba: “tu me prometiste que yo podría venir aquí siempre que quisiera y eso no fue así. El dinero no lo es todo, la felicidad está, por ejemplo en poder salir con tus amigos, y allí no te dejan ni respirar. Yo te dije que si no me gustaba me regresaría. Es lo único que he hecho. Fui porque te quiero pero de aquella manera no puedo ni quiero vivir”.   
  Días después de la pelea y de la marcha del marido de Vicky nació su cuarto hijo con seis meses y medio de gestación. Pasó un largo periodo de tiempo en la incubadora pero “él luchó y sobrevivió", dice su madre con orgullo. 

     

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