jueves, 18 de agosto de 2016

MARÍA DE LA O_14

   O fue bien recibida. Ni siquiera la dejaron hacer uso del hotel que había reservado. Pero ni la amabilidad ni la cortesía la impresionaron tanto como que su ex suegra, después de todo lo que había pasado, tuviera la valentía de confesarle que ella, O era el amor de su hijo. “Varias veces me lo repitió: eres el amor de mi hijo”. Puede que fuese la frase, puede que ella misma comprobó que su marido no era de los que se casaban con varias, o puede que, simplemente decidiera que era el momento de volver. Regreso a Madrid a buscar a su hija y volvió a Jerusalén. 
    Nada cambió. El suegro dejó de renovar el contrato de un inquilino de sus pisos para que viviera otro de sus hijos que se casó por entonces. Mientras, O seguía compartiendo casa con sus suegros, eso sí, previamente la pareja tuvo que volver a contraer matrimonio y ya iban tres; dos por el islam, uno por la iglesia católica; dos en Jerusalén, uno en Salamanca. 
   Por entonces, su hija ya tenía 5 años.  La llevó al colegio de las Religiosas Misioneras Hijas del Calvario porque la pequeña solo hablaba español y porque una de sus cuñadas, que entonces tenía unos doce años, también estudiaba allí. Dice O que las monjas apreciaban a la niña, todas las que tenían trato con ella, excepto la Madre Pilar que estaba disgustada por la vuelta de O: ¡Después de todo lo que había hecho para que volviese a España! 
   O quedó embarazada. Y todo estaba bien, menos el hecho de no tener casa propia. La tristeza, la pesadumbre de aquella circunstancia se le debía notar en la cara porque un día su cuñado, el recién casado, visitó a O y le dio las llaves de su casa: “toma”, le dijo, “vosotros id a vivir allí. Mi esposa y yo, nos quedaremos con mi madre”. Finalmente no fue necesario disgustar a la madre con el cambio porque se abrió otro camino, otra alternativa podría dar a O lo que tanto añoraba. 




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