Su hija ya estaba escolarizada. Y su amiga Nancy le propone irse a trabajar con ella a Suiza: “te vendrá bien cambiar de ciudad y tener una ocupación para evitar pensar todo el rato él”.
De nuevo hizo sus maletas y se fue junto a su amiga a la ciudad suiza de Berna. La niña la dejó con los abuelos para que pudiera ir al colegio de forma estable y porque, de momento, el trabajo era solo por una temporada, seis meses. Trabajan en un hotel pequeño ubicado en las montañas donde, según cuenta O, muchos de sus huéspedes eran personas que venían a recuperarse después de haber estado hospitalizadas. La dueña era una mujer de unos setenta años y todas las personas que trabajaban allí eran mujeres, de diferentes nacionalidades. O arreglaba habitaciones y su amiga se dedicaba a la cocina; cada una eligió el trabajo que les pareció más grato.
O se acomodó a su nueva vida con relativa facilidad. Sin embargo seguía manteniendo contacto con su marido. De vez en cuando le mandaba fotos de la niña y algunas veces hablaban por teléfono. Ella le pedía que volviera a España y él siempre repetía el mismo discurso: “no puedo. Soy el mayor. Tengo que estar con mis padres”.
Pasaron los seis meses y luego vinieron otros seis. Su amiga Nancy se casó con un español que conoció en Berna en aquellos días y O, también tuvo la oportunidad, pero su destino era otro, de alguna manera ya estaba encaminado, orientado.
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