jueves, 18 de agosto de 2016

SARA_5

   Sara pasaba tres horas diarias con sus compañeras de trabajo en el autobús que las llevaba a la universidad: hora y media para ir a Meca, otro tanto para volver a Jeddah. A parte de la compañía,  el trayecto también era duro de por sí. Los frenazos del conductor y los adelantamientos indebidos, casi permanentemente, hacían del camino algo parecido a un calvario. “He visto accidentes que me han hecho llorar durante días. En una ocasión volcó un autobús y podíamos oír a la gente de dentro gritar. No los podían sacar. Y una de mis compañeras grababa la escena con su móvil y con toda su sangre fría". 
   “Una mañana subo al autobús y veo que habían cubierto las ventanillas con cortinas. Mis compañeras contentas, y yo les dije: ¡hijas mías! , esto es lo mismo que si nos pusieran un saco de azúcar en la cabeza, como si fuéramos prisioneras".
   Sara superaba estos trayectos con resignación, ¿de qué otro modo puede ser? Al llegar a clase, con sus alumnas, se le abría otro frente; dice que se encontraba con unas chicas que tenían más ganas de divertirse que de aprender inglés. Asegura que cualquier video o canción que les mostraba para ilustrar o introducir la clase les producía asombro. Por ejemplo, imágenes de natación sincronizada o gimnasia rítmica, originaban en ellas risas cortadas, comentarios en voz baja; actitudes típicas de quienes sienten pudor ante figuras, modelos, estampas nunca vistas antes y sobre las que vierten sus dudas morales. Y en el caso de ausencia de dudas morales, también es comprensible una risita cuando ves a alguien hacer lo que tu sociedad, o la parte de la sociedad que te rodea, demoniza. Sara dice que sus alumnas necesitaban un poco de libertad, que "están agobiadas de ir de la casa del padre, directamente a la del marido. Y que están hartas de tanta represión". También afirma que había muchas lesbianas en sus aulas. Puede que un porcentaje mayor que en universidades de otras sociedades precisamente, por tanta prohibición. Pero esto, es solo una opinion. Sara apunta finalmente que sus alumnas "por supuesto necesitan un poco más de cultura, que los colegios sean más exigentes, porque les pongo cinco preguntas en los éxamenes y el máximo de puntuación son diez, y les digo ¿cuanto vale cada pregunta?, y echan cuentas con los dedos. Y yo las provoco diciéndoles: por eso no sabemos cómo se construyeron las pirámides de Egipto. Y por eso deberíais estudiar un poquito más, para no ser vosotras las madres de los que tengan que acarrear las piedras para construir pirámides".   
  Cuando se terminaba la jornada Sara volvía a su apartamento ubicado en un edificio donde solo viven mujeres, entre otras, sus propias compañeras de trabajo. “Los apartamentos son pequeños, no hay sitio para nada, no puedo hacer ejercicio. Y cuando sales a la calle, no hay aceras por donde poder pasear, ni luz suficiente en la calle para poder saber qué pisas. El primer día que llegué a Jeddah salí a comprar una abaya y el tío que me la vendía intentaba tocarme simulando que me ayudaba a probármela, le dije: yo se como vestirme. Te voy cortar con un cuchillo. Se lo dije en árabe, aprendí como se dice”.

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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO