Pero, como siempre hay un día para todo, un día en el que las cosas cambian, en una de estas llamadas él se atrevió a sincerarse y le explicó lo triste que estaba, la pena que sufría desde que se fue con la pequeña. Y esas palabras calaron en O, tanto, que cogió un avión desde Zurich a Tel Aviv. Para entonces ya habían pasado casi 5 años desde que O había dejado a su marido en Jerusalén.
El momento para viajar a Israel era malo. Pocos días antes había ocurrido “la masacre de Múnich” donde murieron once miembros del equipo olímpico israelí, en plenas olimpiadas. Aquello, lo inició un comando llamado Septiembre Negro, facción de la Organización para la Liberación de Palestina, entonces liderada por Yasir Arafat. Detrás vino una cadena de actos violentos por muchos lugares, sobre todo en Oriente Medio (para nosotros Oriente Próximo, aunque le llamemos Medio por influencia de USA) y en Europa. En el aeropuerto de Zurich a O le revisaron absolutamente todo su equipaje. Y llevaba algo que la podría comprometer: una foto recortada de un periódico donde se podía ver a un príncipe saudí, a Yasir Arafat, en una de sus visitas a la ciudad saudí de Jeddah y el tío del marido de O, dueño del hotel donde se había hospedado el líder palestino. O llevaba el recorte escondido en un portarretratos, entre una foto de ella con su hija y el cartón del reverso. Quería que su familia política viese la foto porque asegura que ”entonces la gente estaba loca por Arafat porque estaba salvando su causa”. Tras hacerle un interrogatorio exhaustivo, que ella contestó tranquila y vestida elegantemente con abrigo y sombrero de ala ancha, negros, la dejaron embarcar. Sin embargo el viaje fue “raro”. Dice O que a su lado se sentó un señor que al poco de despegar, en alemán, le volvió a repetir las mismas preguntas que ya había contestado a las autoridades suizas en el aeropuerto.
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