jueves, 18 de agosto de 2016

VICKY_7

    Si algo dolía especialmente a Vicky era ver llorar a su niño. No se integraba ni en la escuela, ni en la familia paterna. Según Vicky, su marido llevaba al niño todos los viernes a casa de la abuela y el pequeño volvía llorando. Vicky les repetía a todos “a mis hijos no les pega nadie. Yo los crío como a mí me da la gana, que para eso son míos “. Vicky asegura con una sonrisa pero, algo nerviosa, que en medio de aquellas circunstancias "se le estaba pasando el enamoramiento". "Le cogí antipatía a mi marido, la verdad. Me insistía en que tenía que aprender el idioma, en que tenía que aprender a rezar y que tenía que aprender que esa era mi casa. Ya no era romántico. Había cambiado y me daba duro, no me pegaba pero me asustaba porque a veces me amenazaba, decía: lo que no te he hecho antes, lo voy a tener que hacer ahora. Y su familia me repetía que si me iba, los niños se tenían que quedar allí con su padre. Yo lloraba y lloraba “. 
   El día a día era demasiado difícil, no había nada a qué agarrarse, no había esperanza de que las cosas cambiaran.  Había llegado el momento de decidir qué hacer y, sobre todo, cómo hacerlo. El único alivio que Vicky tenía era los encuentros que, de vez en cuando, tenía con algunas conocidas de Estados Unidos y de América Latina que residían en Riad porque se habían casado con saudíes. Una de ellas, fue la que aconsejó a Vicky que se guardase sus penas, que dejase de expresar su malestar a la familia. “ Si tu te quieres ir, lo planeas y lo haces sin hablar con nadie”, le dijo la amiga. Y Vicky la escuchó. 
  Su hijo de siete añitos estaba en la cama, era la hora de dormir. Ella se acomodó junto a él y le habló: “ cariño, no llores más. Tu y yo nos vamos a regresar a América. Todavía no se como pero te prometo que lo haremos”.  Vicky comenzó a planear la vuelta a casa.  

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