jueves, 18 de agosto de 2016

DIANA_8

Cuando terminó la carrera Diana ya tenía un bebé y al poco tiempo vendría otro. Cualquier mujer que haya sido madre sabe que esos primeros años de crianza son difíciles. Ser madre, entre otras, significa que dejas de ser la mujer que eras para pasar a ser madre. Es un cambio único, un cambio que transforma, silenciosamente, de forma sibilina, por dentro y por fuera. El cuerpo se altera, se desvirtúa, primero por el embarazo y después por falta de tiempo y de ganas de pintarse la raya del ojo. Y la mente, que también conmuta, pasa al modo “atender hijos”. Y eso le pasó a Diana: “fueron los peores años. Todo el día en casa cuidando de los niños. Por la noche llegaba mi marido cansado de trabajar y yo estaba cansada de estar en casa. Él se esforzaba y salíamos un rato a pasear, a cenar, pero al momento, yo también me sentía agotada y volvíamos a casa. Aquellos años fueron un infierno”.
    Al cabo de algún tiempo, cuando Diana consideró que los niños ya podían ser atendidos en una guardería, buscó un trabajo. Y las cosas volvieron a cambiar, reapareció la luz. “Conocí gente, salía una vez a la semana con mis nuevas amigas. Comencé a tener algo de vida social. Aquello era otra cosa”.   
    Diana vive su rutina con satisfacción: tiene una bonita familia, un trabajo que le agrada, y de vez en cuando viaja a otras partes del mundo. Eso sí, la mayor parte del verano la reserva para su ciudad española donde el clima es fresco y la calle es un lugar de distracción y comunicación insustituible. “Quiero que mis hijos aprendan las dos culturas, que sepan desenvolverse con facilidad en España y en Arabia. Los intento educar con los mismos principios que aprendí de mi padre: tolerancia y respeto hacia los que profesan otra religión o tienes otras ideas. Por supuesto, mi marido que es saudí está de acuerdo. Le gusta España. Y eso que no aprendió español a pesar de que, cuando éramos novios, iba a España en verano para estar conmigo con el pretexto de aprender el idioma (que nunca aprendió)”. 
      Diana vive la ausencia de su padre. Incluso cuando habla de Bassam, que es su pareja desde hace casi quince años, vuelve a recordar a su padre. No era saudí pero conocía bien la cultura, por el tiempo que vivió allí y por su procedencia, era palestino, musulmán. Aun así y a pesar de lo que muchos puedan pensar Diana dice que su padre era su gran amigo y fue al primero que le habló de Bassam, porque “mi madre era más como Franco”. Y asegura que cuando conoció a su novio supo que “era una persona tan buena y tolerante como su padre. Y con él podría llevar la vida que de niña había llevado con su familia”.  

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