jueves, 18 de agosto de 2016

LEILA_ 5

   La boda, en una habitación del hotel Compostela, fue una ceremonia exenta de lujos y por el rito musulmán. Asistieron los padres, los hermanos y los amigos más cercanos de Leila. Después fueron a celebrarlo a un restaurante de forma también sencilla, menos  en la diversión en la que sus ánimos derrocharon toda su energía. Leila recuerda de la ceremonia que le pidieron una condición para el matrimonio y que ella, después de pensar unos segundos, dijo que su único requisito era que, si él se casaba con otra,  primero se divorciara de ella, una idea que con el tiempo ha ido madurando. Pero, no nos toca hablar de eso ahora.
     La fiesta acabó bien entrada la madrugada. Cuando se pasa una noche altamente emocionante, como fue la de Leila y su familia, al despertarunas cosas están en el mismo sitio y otras cambian de ubicación; es como si las ideas y los sentimientos, todo lo relacionado con la mente y el corazón, bailasen al son de los cuerpos que habitan. Bailan hasta encontrar un lugar cómodo donde descansar. Y en ese proceso, unos mueren, otros cambian, y otros nacen. Y así, en ese movimiento de sentimientos, en la cabeza del padre de Leila surgió una idea, una necesidad flamante e inevitable; su hija debía casarse por la iglesia católica. "De aquí no te mueves hasta que no pases por la iglesia", le dijo con la contundencia que se dicen esas cosas. Quería que su matrimonio estuviese reconocido también en España. En un principio, Leila lo vio como un trámite más, pero resultó ser el inicio de algo así como una trama administrativa contra Leila, en la que estaban implicados padres,  curas, imanes y los gobiernos de ambos países con sus respectivos ministerios.
     Pasan unos días y Leila recibe noticias informándole de que la boda en el hotel de Santiago no era válida. Tenían que volver a casarse, y para que sus papeles estuvieran en regla, tenía que ser en la Embajada saudí, en Madrid. Y allí que se fueron. Era Ramadán, el mes en el que” los mahometanos observan riguroso ayuno ". Por eso, debido al ayuno,  cuando el hermano de Leila, testigo por segunda vez de la boda, entró al cuarto con un cigarro en la mano, recibió incómodas miradas de los funcionarios. 
    La boda la oficiaron dos señores de barba larga y espesa. De aquella ceremonia, lo primero que le viene a Leila a la cabeza es que los “señores barbudos “ le preguntaron cuánto quería de dote (es costumbre en los pueblos musulmanes que los futuros esposos den una dote a la novia). Leila pidió mil pesetas, que muchos sabrán son unos seis euros y algunos menos, que en Arabia Saudí son unos treinta riales o sares . No era mucho pero les dio para celebrarlo de nuevo, no todos se casan dos veces tan seguidas y con la misma persona. 
   El ya marido de Leila vuelve a su país. Allí tiene sus negocios, su familia pero, le falta su mujer resignada a esperar. Leila vive en su ambiente, sigue adelante soñando con el momento en que por fin pueda reunirse con su marido y conseguir una estabilidad que parece que la vida le niega. Lo que para la gran mayoría resulta tan fácil a Leila le está costando un esfuerzo extraordinario; una boda, una casa, tener hijos, es todo lo que desea y aunque parece al alcance de todos, a ella se le presenta como algo lejano. Pero su determinación está tan íntegra como siempre y está convencida de que el milagro se producirá.

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