jueves, 18 de agosto de 2016

VICKY_4

    La madre de Vicky era incapaz de conseguir esa tranquilidad que su hija le pedía. Y menos,  cuando Vicky continuaba insistentemente argumentado sus razones para marcharse: “¿qué quieres, que me divorcie como hiciste tú?, ¿que mis hijos se críen sin un padre?,  ¿que me quede sola? Yo tengo que ir con él porque para eso me casé, para formar una familia. Tengo que hacer lo posible para mantenerla unida. Y además le quiero".  Las palabras de Vicky eran claras, más, imposible. Sin embargo, ni sus explicaciones ni su vehemencia conseguían cambiar, ni un ápice, la postura de la madre. Ésta le respondía que podría conocer a otro hombre como hizo ella, que podría volver a casarse como hizo ella, que además, llevaba seis hijos de un anterior matrimonio. “Si yo lo he hecho tu también lo puedes hacer. Busca a otro hombre y quédate”, le espetaba la madre. Vicky se había casado por amor y los casi diez años que llevaba de matrimonio, parecían un dato suficiente para confirmarlo. Un cambio de domicilio, aunque fuese a otro continente, a otra parte del mundo tan distinta, se presentaba como insuficiente para romper lo que tenía, para tirar por la borda su relación, su familia, los últimos años de su vida.  
    Vicky se mostraba valiente pero claro que, a veces, las historias que su propia madre,  conocidos y gente de su entorno, le contaban de mujeres que se iban y no podían volver,  le hacían vacilar, si, a veces, levantaban en su alma algunas dudas. Pero esa desconfianza se disipaba al pensar que conocía a toda su familia política. En los años que había vivido con su marido y sus hijos en Estados Unidos, tuvo la oportunidad de conocer a sus suegros, a sus cuñados,  sus cuñadas. “ Ellos habían estado en Virginia muchas veces y yo había estado de fiesta con mis cuñadas, había salido con ellas a pasear, de compras, a cenar". 
    "¿Que puede pasar?, ¿que puedo encontrar allí que me pueda hacer daño?", se repetía Vicky sin encontrar una respuesta clara, capaz de hacerla cambiar de idea. Aún así, Vicky le advertía repetidamente a su marido:“ si no me gusta, si estoy descontenta con lo que me encuentre allí, me vuelvo a casa. Y sería lo mejor porque tu no me vas a aguantar si no estoy bien, si aquello no me gusta". 
    Cuando Vicky llegó a su destino, cuando pasó sus primeros días en Riad, la capital saudí, fue encontrando las respuestas a las preguntas que se había hecho antes del viaje. Ahora iban apareciendo cada día más claras. Una de las cosas que más le impresionó fue descubrir que desconocía a su familia política, que lo que antes veía como una ventaja se destapó como un engaño ante sus ojos, lo que había interpretado como una gran baza ahora se le presentaba como un enorme y principal inconveniente; pensar que conocía a su familia política fue una entelequia. Todos se comportaban de forma distinta a como ella había visto porque estaban en otro país, porque aquella sociedad tiene otras reglas, otros tabús, otras prohibiciones, porque las apariencias y los comportamientos, las expresiones corporales, se leen de otra manera. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO