Aterrizó en Tel Aviv, a ochenta kilómetros de Jerusalén. Telefoneó a su ex marido que quedó sorprendido con la inesperada visita y algo decepcionado porque O había dejado a su hija en España con los abuelos. Mientras esperaba al ex marido, O repasó mentalmente muchas cosas: por ejemplo, las palabras de sus padres y de su tía, con la que tenía una estrecha relación, que le aconsejaban volver con su marido. “Todos le querían. Todos pensaban que me había equivocado al dejarle”. Además a su hija la estaba privando de su padre. Y recordaba las informaciones que le habían llegado en los últimos años advirtiéndole de que su ex suegra intentaba buscar otra mujer a su hijo. Y que a pesar de los esfuerzos de la madre, que buscó a la sustituta de O incluso fuera de Israel, y contra las predicciones de la Madre Pilar, él no se había vuelto a casar. Los contras seguían siendo los mismos: el ex suegro ayudaba a todos sus hijos, les daba casa donde vivir e incluso les facilitaba el trabajo a ellos y a sus maridos o mujeres, "excepto a nosotros, que teníamos que vivir con ellos. Hacía poco que una hija se había casado con un médico al que mi ex suegro le abrió una clínica en plena Vía Dolorosa”.
Dándole vueltas a todo esto estaba O cuando llegó su ex marido. Y lo primero que sintió al verlo fue que le quería. “Me gustaba mucho más que el suizo al que le faltaba algo, era un soso. Seguía enamorada de mi marido. Realmente siempre lo había estado”.
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