jueves, 18 de agosto de 2016

LEILA_ 3

   Los ocho meses que duró el curso de literatura inglesa en Bournemouth pasaron rápido. Leila volvió a España y allí empezó una nueva etapa controvertida pero, igual de emocionante que la que había quedado atrás en aquella ciudad costera del Reino Unido. 
   Su novio seguía en Bournemouth, continuaba sus estudios de empresariales. Sus teléfonos ardían: las llamadas entre ellos eran constantes y largas. Las facturas llegaron a ser tan costosas que su padre se desahogó haciendo pedazos el telefono. O quizás lo arrojó al suelo por la sonrisa en la cara de Leila cuando contestaba, que reveló a sus padres, sin duda alguna, lo que estaba pasando: Leila estaba enamorada. Y la cosa parecía seria. En una de esas llamadas su novio le anuncia que va a España, en dos semanas. Han pasado varios meses desde que se despidieron y quiere verla. A Leila el corazón le va a cien. La vida le estaba proporcionando una sensación de bienestar y placer que hasta ahora desconocía, nada podría ser mejor. Parecía vivir sobre una plataforma flotante, sobre una base elevada medio metro del suelo que aleja la posibilidad de que salpique el barro que pueda haber abajo. El camino se presentaba fácil y allanado, solo había un reto:  cómo decirle a sus padres lo que estaba pasando y lo que iba a pasar en un futuro próximo.  Sus amigas, siempre al corriente de la relación, antes por carta y ahora de viva voz, pensaban que no sería necesario contar nada a los padres porque estaban convencidas de que el novio no vendría. Estaban convencidas de que aquello era un cuento de hadas que empezó y acabó en Bournemouth. 
     Nada más lejos de la realidad. Se equivocaban completamente, la aventura de Leila estaba aún en sus comienzos. Pasadas dos semanas, el novio de Leila cogió un avión con destino a Santiago de Compostela, tal y como había prometido. Leila y sus hermanos le fueron a recibir y lo acompañaron hasta el hotel donde, en un principio, se alojaría. Después, una vez instalado, le recogieron de nuevo para enseñarle la ciudad y presentarle a los amigos y al resto de la familia. Los padres aguardaban los acontecimientos expectantes, inquietos, con un hilito de esperanza en que las cosas cambiaran su curso, un curso que en ese momento era un torrente caudaloso y humanamente imparable. 
    Las únicas palabras que las amigas de Leila podían relacionar con Arabia Saudí, como la gran mayoría de los españoles en aquel entonces, eran musulmán y petróleo. Ese vocabulario se extendió considerablemente después de dos semanas; el novio de Leila se metió a todos en el bolsillo, primero cumpliendo su promesa de ir a visitarla y después con su simpatía. Les cocinó arroz con pollo, según sus costumbres, y lo comieron con las manos, también siguiendo la tradición saudí. Les enseñó cómo sentarse en el suelo alrededor de la comida. ¿Hay algo que una más que una comida? Todos, hayamos nacido donde hayamos nacido, ofrecemos nuestra amistad con un plato y un vaso, independientemente del contenido, da igual que sea caviar y vodka, queso y vino,  o dulces y té con menta.
      “Leila, esto va en serio. Quiero casarme y que vengas conmigo”. En el primer momento que estuvieron solos, sin familia y  sin amigos, escuchó estas palabras de boca de su novio. Y Leila,  que inconscientemente esperaba la frase, y deseaba lo mismo, le miró a los ojos y contestó: ¡adelante!

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JEDDAH, A UN LADO Y A OTRO